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Mostrando las entradas de 2005
Conejitos
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Eran las cuatro de la tarde en Morón. La mujer, algo entrada en carnes, llevaba desvergonzadamente una remera con la S dorada de Superman. En su mano derecha se movía una bolsa de hipermercado, agujereada. Levanté la vista del libro de Saer justo para cruzarme con el busto superheroico, primero, y después con su mirada. Ella me clavó los ojos y esbozó una sonrisa, para luego preguntarme: -¿No querés un conejito? El contenido de la bolsa se movió frenéticamente y pataleó para subrayar esas palabras.
Ese suspiro
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I. Poco antes del mediodía hablé por teléfono con mi musa inspiradora. "Ponete las pilas", le dije básicamente. Ella replicó que le gustaba más lo que estaba escribiendo ahora, yo creo que para cubrirse y, de paso, comparar los frutos de su gestión con los de musas anteriores. "Todo bien", contesté casi en un gruñido, "a mí también me gusta más, pero, ¿no creés que le falta algo?". Recibí un suspiro por toda respuesta. II. Ese suspiro era toda la tristeza del mundo y un poquito de decepción también, un suspirito azul que, apenas salido del tubo, ya se aferraba a mi oreja e intentaba acurrucarse en su interior acaracolado. Ese suspiro contenía nuestras peleas tontas y mis ganas de volver a casa. Ese suspiro olía a Torta Juan, a café, a chocolate; tenía el perfume de su cuello después de un baño y antes de acostarnos. Ese suspiro era mío también. Era sólo una de las cosas que compartimos mi musa inspiradora y yo.
De tarde
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Hay algo en el aire que me nubla la vista. El aire. Me nubla la vista. Canto para mis adentros (tengo muchos) una canción que no existe aún, de Victoria Mil, y me siento felizmente desencajado, incorpóreo, deslenguado, sordo. Amortiguado. Amortajado. Amoral, una especie de pescado que vive fuera del agua y tiene terror a las pescaderías. Uno al que no le gustan los anzuelos. No me gustan los anzuelos. Ni los nudos corredizos.
Un secreto ajeno
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Alguna vez Apollonia recomendó en su blog visitar tusecreto.com.ar . Ella lo hizo con tal garbo que yo, ni lerdo ni perezoso (bueno, lo de perezoso sí podía aplicarse a una impasible tarde laboral como aquella), me metí. Y encontré maravillas como ésta (corrijo un poco la redacción): 218 Edad: NA | Sexo: NA Fecha: 30.06.2005 04:32 Dejé a mi chico por uno que estaba más bueno y me hacía divertir más. Mi ex no lo sabe. Mi ex lo conoce y encima le cae simpático. Mi ex y yo seguimos siendo amigos, pero no tengo ganas de decírselo. Soy una mierda y estoy orgullosa de eso. Mi novio de ahora es más mierda que yo, por eso lo amo... Ahora nos vamos a casar y vamos a vivir en una pequeña casa prefabricada de Hurlingham. Le usaré sus remeras y el romperá mi computadora. Le prepararé panchos para la cena. Me hará el amor violentamente y se caerá de la cama, como siempre (éste era el secreto). Somos muy románticos.
Epílogo
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Fue más la sorpresa que otra cosa, más el placer de recobrar algo que creía perdido que el reencuentro. Qué le voy a hacer, si el muchacho (los muchachos) que una vez (mil veces) fui, se esconde (¡esconden!) ahí. Estoy unido a ese block Arte A6 de 60 hojas por el amor y el espanto. Viví mil vidas y todas confluyeron, por un momento, ahí. Por suerte crecí, me fui, perdí, aprendí. Me mudé de casa y ropa. Por suerte me olvidé y lo que escribo hoy (ahora, esto) es mejor, TIENE QUE ser mejor. Por eso este epílogo. "Aunque me fuercen, yo nunca voy a decir / que todo tiempo, por pasado, fue mejor. / ¡Mañana es mejor!" ("Cantata de puentes amarillos", L. A. Spinetta/Pescado Rabioso. De "Artaud", 1973)
Página 57. Madrugada del 23/7/2002, 2 AM, tren a casa
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Perdimos la oportunidad Buscamos la libertad mirando por la ventana Cambiamos cadena al cuello por soga al cuello Al menos no sé hacer nudos corredizos Una comida caliente una corteza de pan entre los dientes y todas las estrellas de la tevé Ey, Seba, ¿qué hacés? Justo pensaba llamarte (alguno de estos días) No quiero ser mal anfitrión pero no queda cerveza ni nada en botella y el Bar Shangai está muy lejos Te contaba de mi novia y del último tipo que quiso comprar su memoria Si querés café, caliento Si usás azúcar, lo invento que esto está hecho una piedra Es la humedad, ¿sabés? ¡Pero mirá que hablo pavadas! ¡No me dejes caer en la nada de estas charlas de parada! Mirá que puedo ser inteligente
Página 53. Medusa inversa en La Cigale
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Una especie de fluir... Esta vez no son las luces del espacio quienes me contemplan, ni la ausencia de ruido, ni siquiera una caída. Los brillos emanan de las dicroicas de la modernidad y le pertenecen, así como el mantra del dance que lo envuelve todo. Quiero permanecer impoluto: aún falta la caída. Puede llegar o no, pero yo la presiento. No es ninguna garantía (siempre presiento este tipo de cosas). Tal vez no venga esta noche o quizás la acompañe su nueva mirada. Espero, eso sí, que podamos encontrarnos. No soportaría estar solo a su lado. La ausencia presente es siempre peor que la ausencia ausente. Pero ¿cómo hacer? ¿Cómo ver su figura nueva sin llorar? Debo salir de mí. Y creo que nunca me costó tanto como esta noche. Y recién deben ser las 12 y media. Ya las 12 y media... ¿Dónde estará, que no llega? Olvidemos los tragos, ¿cómo hacer para que esto empiece a terminar? Comienzo a pensar que no fue una buena idea. Estos momentos son siempre deliciosos. Forman lo que más disfruto: ...
Página 44. 23/12/01
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Te regalo este boleto del domingo a la noche. Para mí representó una A. Sé que no debiera ser así, pero es: para mí significa lo mismo. Y, como siempre, te lo regalo. Para vos será una J, como corresponde. Lo bueno es que, ahora, a vos puede hablarte de Javier en mi lugar. Sos una chica práctica en todo momento, ¿eh?
Página 43. INDIVIDUALISTA DE MIERDA
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Página 37. Ojos de ciudad
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Le llevará un segundo conocerla sin hablar. Lejos de su ciudad natal, toma rumbo hacia la nada popular. Aliento a muerte, el tiempo ya no lo hiere. Siempre otoño. Él ya no será uno más. Curioso y marginal, sus ojos reflejan la ciudad Mira las marcas en la piel de la gente y no sabe disimular. Busca un alma caminando entre los cuerpos y, aunque quiere, no la puede imaginar. Mira a la gente y lo único que entiende va más allá. ¿Por qué le temen a la muerte si ahora, vivos, apenas saben caminar? Las luces empiezan a herirlo. Pisa el cielo ahí caído. ¿Es que todo es irreal? Las torres lo acusan de soledad al pasar. Los pies lo quieren devorar y se marea pero aún la quiere encontrar. Busca ese alma que lo cuide, un suspiro que lo acune, que lo quiera sin hablar. Entre la jungla de sacos la descubre sin mirar. La encuentra abandonada entre las risas falsas y sin más me viene a buscar.
Página 17. Pensé que eras todo a mi alrededor, pero me equivocaba: sólo estás entre mis cosas y dentro de mí. Lo demás es frío y lluvia hoy
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Otra vez estoy escribiéndote desde el hospital, pero hoy lo hago en el anotador que me regalaste, ése en el que enhebraras bellamente unas cuantas frases inconexas la noche de Fumero en Notorious y el violín de Marty, el mismo en el que hicieras un dibujo rosado de trazos infantiles, nubes enojadas y un conejo, aquel que aún guarda en la contratapa de cartón el teléfono de Jarvis con su nombre real escrito con tu letra de mujer. Ese block uso hoy, ese que tanto quiero por hablarme de vos. Lo apoyo sobre el Pisco Yacu , el libro de mi pequeña ... en su camita de hospital. Sí, mi ..., se me antoja mía aunque faltaran muchos años aún para nuestro encuentro. Pero nos conocíamos. Estoy seguro de haberte soñado y atesoro el recuerdo borroso de un beso infantil recibido de tu boca al despertar alguna mañana. […] Sé cómo sos. Sos así. Sos mía. Como Pisco, supiste atraparme en las volutas turbias que escaparon de tu flauta aquella tarde en que te descubrí por primera y quizás única vez. Sin dar...
Página 9. Dibujos de guerra
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¿Qué será del hombre misterioso que naufraga en su propia sombra? ¿Se salva? ¿Se pierde? ¿Vuelve su cuerpo metal? Es el asesino de mañana. Él sabe que yo lo sé, yo sé que adivina y así nos miramos, como dos fieras acorraladas. Me acecha, lo acecho y los soles de cada una de las galaxias existentes empiezan a pender sobre nosotros sostenidos apenas por delgadísimos hilos de nylon. Y el calor no perdona; ambos sabemos eso. No nos preocupa. Nos sabemos débiles, vulnerables y eso es lo que nos mantiene vivos. Pintamos nuestras pieles con la sangre del venado recién muerto, las ecuaciones de vida disfrazadas en rojos dibujos de guerra. Somos condescendientes con nuestros enemigos e implacables con nuestros contados aliados. Tanto él como yo somos sobrevivientes y sabemos arrastrarnos por comida. Nuestro olfato hiperdesarrollado reconoce el hedor acre de la muerte aunque más no se trate de una brizna de pasto cortada dibujando caprichos en el viento huracanado. Porque ella está en todos lado...
Páginas encontradas: prólogo o advertencia
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Hace algunos domingos estuve en la casa de mis padres, la casa de Ituzaingó donde pasé casi toda mi vida, comiendo un asado en el jardín y -esto es un secreto- añorando el sol del oeste. Tras el café, cuando todos fueron a dormir la siesta, yo me puse a lavar los platos y recordé (estas cosas me pasan cada vez que lavo platos) unas partituras para piano que, creía, descansaban en cierta caja de cosas de mi pasado. Busqué entonces la caja y me traje, además de las partituras, un puñado de canciones que había olvidado con sus acordes y una maravillosa libretita que supo viajar en mis bolsillos entre 2000 y, tal vez, 2002. En sus hojas anoté, con una letra horrible, toda clase de cosas. Ya he manifestado en este lugar y ante todos ustedes que no quería publicar escritos viejos, pero me traicionaré transcribiendo lo que más me guste de ese block Arte A6 de 60 hojas rayadas. Están advertidos.
Ido
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Caminé de nuevo por esa calle que, de tan transitada, perdió el nombre. Avanzaba despacio, concentrado en la lectura de un libro de Bioy Casares, por lo que alguna gente me esquivaba y otra se topaba conmigo de la peor manera posible: ausente. El sol de las cinco lo abrasaba todo a la vez que me abrazaba a mí y hacía fosforecer las páginas del libro. Las letras, hormiguitas chamuscadas, se volvían rojas. Yo era de algún color parecido, aunque traslúcido. Era una suerte no estar clavado al papel. Tenía que decidir la forma del resto de mi vida y eso, en Morón, no es un detalle menor. Igual me tomé el tren. Sucedió entonces el viaje, ese tiempo en el que uno queda a merced de los caprichos ajenos, de los deseos de remotos maquinistas y operarios, de directores y directivos, de transeúntes y pasajeros, de vendedores ambulantes. Esos minutos muertos se parecen tanto a la libertad. Todos decidían y yo aún no había llegado. Ahora, de regreso a casa, paro a mirarme: estuve ahí y eso fue lo de...
Invocación
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Una noche más que no es más que otra. Vine a buscarte. Horas y horas de vigilia quedaron atrás, libros para aprender a escribir cartas de amor y odio en Belgrano y setecientos cincuenta y un exactos boletos de colectivos, trenes y aviones (tickets to ride far away). Un parcial más, una cancelación y una corrida. El próximo jueves tocamos otra vez en El Colonial. Estoy automatizado y el café es mi único combustible. Mi analista me llama por teléfono, desorientado. Mi vida está bien, aunque le falta algo de... algo de vida. Y en medio de toda esa vorágine, yo te extraño. A veces, en serio, lo hago. Los colectivos siguen sumando los números de una A. Quisiera encontrarte alguna noche y dejarte saber que no te odio ni sabré hacerlo nunca. Esto no fue más que una invocación, una comunión, el tímido calor de un sol de mentira. Un lazo nuevo y viejo a la vez. Espero sepas tomarlo.
La casa de la Buena Muerte
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Me encuentro en la casa de la mala vida y la Buena Muerte, donde mujeres sin rostro de guardapolvos celestes son engullidas por ascensores que llevan a ninguna parte. La piel escamosa de las paredes se hincha y se deshincha rítmicamente y los poliedros encastrados entre sí producen un sonido mínimo pero insistente al rozarse. Otra mujer acaba de perderse en las fauces de la caja que acabará con ella. Así son las cosas aquí, en la casa de la Buena Muerte.
What are you looking at, Constanza?
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Trepo más allá de la mirada insidiosa. No por ella en sí, sino porque intuyo su capacidad de arrastrar palabras pretendidamente amistosas. Palabras que no deseo. Él está perdido. Típico terror al silencio. La gente es así. Oyendo sólo el sonido de mi respiración escribo. Me siento bien entre los renglones y vienen a mi mente imágenes de Tim Burton. Tengo calzados mis viejos zapatos de cuando comencé la secundaria. Están desgastados, sucios y los años se han llevado su forma original. Por eso me gustan: me conocen y los conozco. Son como abuelos sabios. A él nadie lo conoce. Desesperado por mi mutismo, abandonado en un mundo que nunca fue el suyo, se paró en el pasillo. Las personas pasan, la vida fluye y lo saluda con un suspiro verde que no le está destinado. Él no lo sabe y responde con holas y adioses. Nunca va a saber que no me importa en lo más mínimo. Nunca podrá percibirlo. Y esa barba tan fea, por dios! Me irrita la gente que no se resigna a ser lampiña. Me irritás, Diego Pérez...
Quisiera ser como Nicole
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En la tapa de la revista Luz, ese adefesio que acompaña al (no menos adefesio) semanario Perfil, la vi hoy a Nicole Neumann. Ella decía, en grandes letras de colores: "Me critican porque soy rubia, inteligente y buena". Y no mencionaba para nada su belleza. Humilde, Nicole. Por sobre todas las cosas.
Omnisciencia de entrecasa
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Conozco todos tus actos, aún los más privados. Sé lo que hacen cuando están solos. Sé de tus pequeñas miserias cotidianas y, claro -aunque no interese a nadie-, de tus milagros de Todo x $2. Puedo recitarte el contenido de cada sobre que te llega y, aún, de los que se pierden en el camino. Observo tus placeres solitarios. Veo constelaciones sin levantar siquiera la mirada, ¿qué creés? ¡Cuidado conmigo! Soy un chicle en la suela de Dios.
No sabemos
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Hace ya tiempo que nos lo preguntamos sin arribar a ninguna certeza. En un principio pudo haber sido un poco de esto o aquello; incluso, de lo de más allá; a esta altura ya se hace difícil saberlo. Y, en realidad, estamos expresándonos mal: el saber es un fin demasiado ambicioso y no nos engañamos creyendo poder alcanzarlo. No puede saberse, tenemos conciencia de eso; no obstante lo cual nos conformaríamos con algún atisbo a la verdad, con una breve siesta en el Edén o 15 minutos en la falda de Dios.
Un recuerdo falso
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Siento que la Vía Láctea corre dentro de mí. Las venas entran en tensión y puedo percibir cómo se hinchan con el paso de las estrellas, cometas y agujeros negros. Constelaciones enteras entre mis pobres huesos. Una noche separo los párpados. Abro los ojos e ilumino la habitación con luz de luna. Andrea se despierta y me dice que me brillan los ojos y yo sé que, por una vez, es rigurosamente cierto. Cuando despierto, a la mañana siguiente, lo recuerdo como un sueño.
Diapositiva fabril
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Los siguientes fragmentos fueron escritos en una máquina de escribir eléctrica Samsung SQ-3000 durante los últimos días de enero de 2003. Sirvieron entonces para conjurar el hastío. Hoy son inútiles. qwertyuiopasdfghjklñzxcvbnm qw esto es una prueba. satisfactoria. Y ESTO? más cerca todo jskkkk jnuauauajsjsjshshsh con el diskette y factura plus, sí (fundAMENTAL) 1234567890- CHW CHEMISA… BUEN DÍA SÍ? puede llamar al 6194… (West con doble ve-e-ese-te) y esa que está ahí no sirve? pero no te lo soporta! queda...
Esa tristeza
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E inmediatamente me sentí triste, con esas ganas de llorar que conozco tan bien, como llora quien no tiene más lágrimas, secas las mejillas, abiertos los ojos en esa mueca terrible y definitiva. Ahora lo sé: he desperdiciado mi vida. Pequeñas voces que no son mías (sólo a causa de mi cobardía) me gritan que todo fue en vano, que cada cosa que dije o hice se borró luego de flotar un rato, apenas unos minutos. No quedó nada. Ni siquiera la tristeza de mis dieciocho años, esa tristeza que me obligaba a correr a mi encuentro, esa que, al final, me sorprendía con alguna canción en jirones, manchas formando un dibujo, versos tontos. Esa tristeza no volverá. Tengo 25 años y la tristeza definitiva de quien ha perdido.
Te miro hablar de escribir
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Te miro hablar de escribir. Te amenazo y me decís qué te hace borronear hojas y pensar en sistemas de escritura mental. Yo pienso. Hay mucho de eso como de aquello; hay, además, una especie de lagartija sexual reptando entre las piernas; hay algo que se enrieda en el pecho y dificulta la respiración; hay humo y vapor en permanente lucha, nubes y niebla, agua tibia y hielo. Hay muchas cosas que no sé explicar. Por suerte vos tampoco, aunque les conocés la mirada. Celebremos la rebeldía.
El día que murió conmigo
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Me encontraba frente a frente con un día muerto. Ya no rengueaba porque había vencido y así andaba, con ese aire autosuficiente de los ganadores y esa facilidad para respirar que hace creer que el cuerpo todo lo hace de manera automática. Y es una gran mentira, pero yo no lo sabía y, joven como era, tampoco estaba interesado en averiguarlo. En ese preciso momento todo estaba más allá de mí: ya sea atrás, pisoteado, como vestigio del camino recorrido, o mucho más adelante, como promesa de la miel de los dioses que un día probaría. Pero ese mismo día estaba muerto. Lo más dulce es que yo mismo lo había matado. Ya en las primeras horas de la mañana, cuando me levanté de la cama, había sentido un olor diferente en torno a mí. Lo curioso es que no lo generaba yo, sino que estaba. Solo existía y no tenía nada que ver conmigo. Existía. Calmo y ajeno, ahí flotaba. Pensé un segundo en eso mientras me rascaba maquinalmente los huevos y lo olvidé después, en ese momento de agonía fugaz en que enc...
Cecilia
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Tu foto es tan vos, tan London, tan Pizzicato Five, tan indie-emo, tan tarde, tan todos los días grises, tan pared llena de viejos pedazos de cinta adhesiva, tan dulce de frambuesas, tan cine noir, tan viaje en subte, tan asiento al lado de la ventanilla, tan otoño, tan revista vieja, tan libro favorito, tan café y vidrio empañado que no podía hacer menos que escribirte. Fue ver tu perfil y hacerlo (es, por ende, tu culpa). Te mando uno o dos abrazos. Estate atenta.
Instarme, estimularme, incitarme
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Las letras vienen y van, vuelan por sobre mi cabeza y yo, desesperado, manoteo, tratando de alcanzarlas. Debido a la ausencia de uñas en mis dedos, ni siquiera consigo rasguñarlas. Las muy desgraciadas se ríen, me hacen pito catalán y se agrupan formando rimas chuscas. Claro está que, como no tengo ojos ni oídos, no veo sus gestos ni percibo sus risotadas. Se posan entonces sobre mí. En la remera, amontonándose, escriben "I'M WITH STUPID". Una flecha que pasaba en ese entonces se suma al conjunto, completando un cuadro francamente imbécil desde que estoy solo, aislado y nadie puede verme. Algunas letras se enriedan en mi pelo. Estas cosas suceden muy rara vez y me instan, estimulan, incitan, así que mi mono se entretiene un rato largo desletreándome la cabeza aunque no lo deje comerse ni una coma. Sonrío, lleno de placer. Moribundas en la palma de mi mano las acaricio con suavidad, rozándolas apenas con la yema de un dedo. Son pocas y leves, pero me alcanzan para escribir...
Perdón si la molesto, señora...
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...sé que estos lunarcitos no son del todo lindos pero, hasta que alguien me de una mano con el desbarajuste HTML que hace que mi Jardín de Instantes se vea así de mal, no me queda otra que usar este template marca Acme. Lo bueno de todo esto es que los últimos textos se ven bien así que, mientras a nadie le de por leer lo viejo, todos podremos vivir felices. Engañados, pero a quién le importa. Así que le ruego me dispense de mayores explicaciones, perdone los retrasos y sepa disculpar las molestias ocasionadas. Tenga usted buenas tardes.
Mariposas en el estómago
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Siento mariposas en el estómago. Cientos de insectos. Aleteando, estirando y contrayendo la espiritrompa, dejando mis jugos gástricos cubiertos por una delgada película de polvo plateado y cadáveres apelotonados, negros y de alas babosas. Algunas, las más afortunadas, suben por mi faringe. Yo canto y se me escapa una. Anaranjada. Vuela hacia la ventana y Matías la atrapa en el aire con zarpazo certero. Ya siento subir otras. Cientas.
Terciopelo subterráneo
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Me compré una libretita en Primera Junta. En la primera página, pretenciosamente, decía un viaje después: "Esto no es más que un pequeño estreno, una novedad de subte. Como deba ser será, pasará desapercibido y, tal vez, acabe muriendo en la próxima estación, una que lleva el pedante nombre de FACULTAD DE MEDICINA. No sería lo ideal pero sí, tal vez, lo justo. Aunque la justicia resulte impracticable, flexible y húmeda en estos túneles oscuros, en estas tierras olvidadas por el mundo, en estos caminos que se cruzan sin guardar recuerdo alguno de la suela de dios."
La clave del éxito
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Ceci anduvo por acá y (dicen que) dijo que escribo bien. ¿Quién iba a decir que me sentiría complacido, que me agradaría agradar? Quizás este recóndito blog se convierta en la estrella de la net, en el día más soleado, en un estribillo en mitad de la mejor canción. En ese momento cumpliré los deseos más banales y todos mis sueños caerán al suelo, muertos. Ese día lloraré a Sergio, An, José y Ceci. Ese día no me perteneceré.
La tarde
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La tarde como una cosa lenta o, mejor dicho, macilenta (cantar del desangelado); la tarde como un monstruoso pez abisal, ciego y con la boca llena de putrefacción; la tarde como etapa terminal de la enfermedad del día, llagada de sol, costrosa, purulenta. Todo eso se desploma sobre mí, se desparrama y me cierra los ojos, me abre la boca, me seca la lengua, me parte los dientes en minúsculos pedacitos óseos, brillantes, que trago sin darme cuenta y se meten en mi cuerpo, atraviesan el esófago, el estómago y se dirigen hacia el intestino, de donde tarde o temprano serán expulsados para terminar su recorrido en una letrina sucia de la estación de ferrocarril. Entonces esta tarde sin agallas no habrá dejado nada en mí.
El secadero
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El texto estaba escrito en verde en una de las primeras hojas de mi agenda. Tal vez un 5 o 6 de enero. La letra era la mía, aunque no. Pero sí. Decía así: "Abrazándonos, abrasándonos: nada es lo que parecía. Nos hemos fundido finalmente, lo logramos, y no siento el calor. O no sé: tal vez no me importe y, aún así, mi cuerpo lo perciba sin avisarme. Si de eso se tratara, qué más da: te tengo enfrente, adentro, arriba, en mí. No hago distinciones: sos la asesina que me da vida y me la roba luego, sólo para darme algo mejor. "Puedo ser una hoja quemándose en el secadero, pero mi aroma persistirá. Mi esencia. Sos vos. Somos."
Ya llegan las noticias cruzando el mar
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Al entrar a este locutorio sentí el olor de mi viaje a Bélgica, tal vez el de algún té especiado o un bistró de paredes amarillas o un bol con hierbas silvestres aromáticas en el living de gigantescos ventanales con bosque siempre nublado atrás o una chica del colegio en Louvaine La Neuve. No sé a ciencia cierta de qué se trataba y, si bien no se relacionaba directamente con lo que me hizo franquear la puerta, venía a cuento. Se trata de ecos y reflejos. (Lástima que el pibe haya puesto a Luis Miguel o algo así. Cuando entré había silencio.) Me dirigía hace un rato (o me dirijo, porque aún no llegué) a la cooperativa de la calle Azcuénaga por un trámite laboral. Estas mañanas que le robo al trabajo son siempre un placer y si, como hoy, hay sol y el fresco me hace sentir frío en los brazos (anoche llovió y yo salí con remera, sin sospechar que habría cambiado el clima) me gusta pasear como un turista. Acabo de caminar por los pasajes Dellepiane y Del Carmen, admirando los stencils y lo ...
La sensibilidad al palo
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Hay, al oeste del Gran Buenos Aires, una ciudad llamada Morón. Ahí trabajo yo. Todas las mañanas, apenas bajado del tren, tomo la calle Rauch y paso por la puerta de un quiosco que vende golosinas a quienes las vocean a bordo del Sarmiento. El local es mínimo, pero está siempre atestado de vendedores haciendo sus compras y departiendo amablemente. Y a los gritos. Quien está a cargo de todo es un Jorge Sesán correspondiente a otra "Pizza, birra, faso", una con final menos amargo. No feliz, pero. Rodeado de remeras rockeras y negras, chombas gastadas y camisas sin lavar, estaba él hoy. Con una remera de Morrissey. Blanca.