26.1.07

Los dos cielos

Al mirar por la ventana notó el cielo rojo. El cielo roto, también. Las dos bóvedas ahí, suspendidas, como atadas con invisible tanza, como cualquier verano. Se preguntó entonces (lo hacía cada tarde) cuál sería el significado de esos dos cielos superpuestos, malamente encimados, tan parecidos y a la vez tan distintos de los que recordaba. O de los que creía recordar, porque había pasado ya tanto tiempo desde el derrumbe que le costaba estar seguro.

Y sin embargo, indiferentes a todo, ahí estaban los dos cielos.

Estiró la mano y tocó el más cercano. Tomó conciencia de lo que acababa de hacer y se rió de aquella vieja expresión, "como tocar el cielo con las manos". Ya no representaba nada, era apenas una fórmula vacía. Apurando los sorbos de té, ya frío, se distrajo mirando el reflejo de los dos cielos. Impertérritos, seguían ahí. Hasta que se los tomó.

25.1.07

El desafío

Tenía frente a mí el desafío de no repetirme, de no volver a caminar los mismos caminos, de saltar a un costado y, si me interesaba, seguir por la banquina.

Y lo tomé.

El desafío es estar vivo
, cantaba el Zombienauta.

22.1.07

Los suicidios de Borges

BORGES: Recuerdo el caso del escritor japonés que se hizo el harakiri delante de todo el mundo. Me pareció bien. Fue capaz de morir como el último Samurai.

SABATO: Me parece demasiado espectacular para ser elogiable. Y también un acto de arrogancia. Le advierto, Borges, que no hablo por creerme mejor. Por el contrario, pensé en el suicidio muchas veces en mi vida.

BORGES: Yo también. Hace setenta y cinco años que vengo suicidándome. Tengo más experiencia que usted, Sabato.

SABATO: (Sonriendo.) Con muy poca eficacia, por lo que se ve.

BORGES: Sí, pero con mucha vocación, realmente.

Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato, Diálogos, Emecé Editores, Buenos Aires, 1976

18.1.07

¿Qué onda?

Me crucé con ambas esta tarde, en la calle Solís. La remera de la hija preadolescente rezaba "Chica buena con malas intenciones". La de la madre, curtida en mil batallas, dejaba menos lugar para la imaginación: "I want to have sex with you". Así, a los bifes.
Ahora estoy tentado de usar una remera que diga "Pegame y decime Shirley".

12.1.07

Mis ojos duelen

Mis ojos duelen. Enfrentarse con la realidad no fue bueno, ni malo, a duras penas fue, y recién ahora estoy haciéndome a la idea. Asumiendo. Acariciando. Perdiendo.

Lo demás quedará, todo quedará acá, en mi bolsillo izquierdo, el de la tristeza atrapada, un carilina y algunas monedas, hasta que decida lo contrario. Hasta que yo decida. Con lo difícil que está últimamente. Y no es que me importe, pero hay ciertas cosas que son, sencillamente, inevitables. Como ésta.

Mis ojos duelen. Y no por llorar.

5.1.07

Que se me ensucie la prosa

Nunca pensé que viviría esto. Apollonia lo escribió por ahí, y fue terminante: "No. Yo no soy ni quiero ser periodista". De manera similar respondí yo a quienes me sugerían que buscara un camino en el periodismo, insinuando que lo mío era la literatura y temiendo que mi prosa pura se manchase con la tinta fresca de un diario. Los temas que me gustan son demasiado incompatibles con la vulgaridad de un choque en la ruta 11 o un asesinato en Ciudad Evita, pensaba.

Y, sin embargo, acá estoy.

Escribo esto en la redacción de Edición Nacional mientras espero que los diagramadores me pasen las hojas del diario de mañana. Ya he corregido todo lo que salió de la impresora y hago tiempo, sabiendo que el momento inexorable llegará de todos modos, la hora fatal en que haya que cerrar todo y las impresiones mamarracheadas con birome fucsia se acumulen a un costado de mi escritorio, todos mirándome y yo inventando milagros en el QuarkXPress.

Por ahora, sólo escribo. Aunque este teclado ergonómico no truene como ametralladora, ni esta redacción se parezca a la del diario El Mundo en los '30, igual me siento un poco colega de Arlt. Es él quien me dice, sin dejar de teclear, que "el futuro será nuestro por prepotencia de trabajo". Y ya lo creo, Roberto. Ya lo creo.

Y qué me importa si se me ensucia la prosa.