25.10.06

Pomelo se fue

Pomelo se fue. Finalmente sucedió anoche. Le dimos la inyección, él inmóvil y Juli llorando y después, bajo el ciprés, oficié de enterrador. Fue impresionante, los terrones negros de tierra negra en la noche negra cayendo sobre ese bulto en el fondo del pozo, ese bulto envuelto en una sábana vieja, ese bulto que supo ser mi perro. Se quedó bajo el ciprés y la lluvia de hoy empezará la tarea incesante.

11.10.06

La ventana tapiada

Cuando miró por la ventana, Alfonso recordó que había sido tapiada tres años atrás: los tablones cruzados, desprolijos, se lo hicieron notar. Halló entonces una explicación para la oscuridad permanente de la habitación, oscuridad que él había atribuido a la noche polar. Por supuesto, nadie en todo Buenos Aires se creería cerca de los polos, pero Alfonso no sabía a ciencia cierta hasta dónde se extendía el cielo nocturno de la Antártida, por lo que se permitía creer en esa hipótesis y en cualquier otra que se le ocurriera.
Diría que me pasó lo mismo, excepto por que no tengo ninguna hipótesis y todo acaba en la ventana tapiada.

4.10.06

De asistencia obligatoria

Será este viernes. El Zombienauta, un cantautor con la capacidad del viaje permanente -aún anclado en la canción-, creará canciones en el aire y hará mucho de nada. Rimbaud lo observará desde una nube a su diestra y Donovan estará sentado en su hombro.
Como si esto fuera poco, la presencia estelar de los saltimbanquis Carmen promete mucho... mucho más de lo que puede arruinar quien les escribe con sus coros desafinados, la guitarra trasteando, una sufrida armónica y percusiones varias (todas a destiempo). ¡No se lo pierdan!

3.10.06

Cualquier día de estos

No soy mi amigo, aunque igual estoy molesto conmigo. Por ahora elegí ignorar la cuestión, pero cualquier día de estos me mato con la indiferencia. Sería un suicidio bárbaro.

Estos dedos

Mis preocupaciones nunca les importaron, y es natural: estos dedos, por más míos que sean, deben excitarse más por la ausencia del alicate, por el frío del vidrio, por el recuerdo de una piel o por el lavado de platos que por cualquier pavada pretendidamente literaria que pueda ocurrírseme un metro más arriba, en la lejana cabeza.
Si entreno a mis dedos lo suficiente, tal vez puedan correr ellos solos sobre el teclado y contar las historias que jamás logré trasladarles.