19.4.12

Un robot

Hoy, mientras esperaba que me recibiera la coordinadora editorial que me había citado al mediodía en ese edificio en pleno centro, y una vez que me hube cansado de mirar el cuadro ante mí y la cartelera con papelería vieja, los rastros de antiguas manchas en la alfombra azul y el modo en que esta se encontraba con el parqué, el potus junto a la ventana y a la recepcionista que, obediente e incómoda, se escondía detrás del monitor chato, empecé a pensar en lo que pasaría si un robot gigantesco llegara por la Avenida Belgrano (procedente del bajo, supongo; tal vez salido del Río de la Plata luego de haber caminado por el fondo oceánico desde quién sabe dónde) y empezara a destruirlo todo —pero mal, como Mechagodzilla en una película japonesa de los setenta—; en ese caso, nuestra ubicación, en un noveno piso, sería privilegiada y, sin dejar de coquetear con la muerte, podríamos contemplar el espectáculo.
Entonces, justo entonces, apareció una mujer enfundada en una llamativa blusa floreada que, mirándome, con unas carpetas en la mano, pronunció mi nombre y se disculpó por la demora. Y no pude decirle —no supe cómo hacerlo— que haberla esperado no me importaba gran cosa, que lo que realmente odié fue que me hubiera interrumpido antes de decidir qué haría yo ante el ataque del robot.

18.4.12

Como quien oye por primera vez

Estoy grabando un disco de canciones. Lenta, tímidamente y con muchas dudas, pero de manera inexorable, casi fatalista: debe ser, y será.
También escucho mucha música, y he leído —y leo; ahora mismo, Después del rock: psicodelia, postpunk, electrónica y otras revoluciones inconclusas, del crítico y ensayista inglés Simon Reynolds— mucho sobre músicos, discos, géneros y estilos.
Puedo decir que, pese a mi medianía como músico, de música.
Lo que me pasa ahora es que escucho la guitarra y la voz de referencia que grabamos con José para la canción «Cerca de mí» y automáticamente puedo imaginar el resto de los instrumentos, lo que cada uno hará y su tratamiento de forma más o menos clara. Y no sé si eso es bueno. Primero, lo vi como una virtud. Ahora tengo mis dudas.
En un principio, «Cerca...» era una canción midtempo de guitarras dulces y cristalinas y voces susurrantes, a lo Byrds. Nunca la interpreté más que con mi guitarra criolla y mi voz, pero esa idea de cómo sonaría con banda estuvo siempre. En mi cabeza era así.
Sin embargo, para José la canción era más rápida, un poco desprolija, alegre, algo tonta y amablemente punk. Grabamos, entonces, una segunda versión preliminar según ese criterio. Y me convenció. Será rápida, pues, y que Boom Boom Kid me perdone. (Otro asunto que me hace ruido —y que no desarrollaré ahora— es que, salvo contadísimas excepciones, ajusto mis canciones a moldes que conozco, las visto con la ropa de otras canciones y me disfrazo de otros músicos. ¿Cuál es, entonces, el sonido de Juan Solo? ¿Cuál es su estilo, su forma de escribir, su manera de cantar? ¿Quién es? ¿Quién soy? ¿Quién sabe?)
En este punto surge mi problema. La versión rápida de «Cerca...» me sugiere otra instrumentación y otro tratamiento más adecuados y —mucho me temo que— obvios. Y me pregunto si será posible olvidar toda la música que escuché y todo lo que leí, acercarme a esta canción como un neófito, descubrirla como quien oye por primera vez. Si lo lograra, ¿qué sentiría?, ¿qué ideas me dispararía?
No sé, pero estoy seguro de que esa versión de «Cerca...» sería la mejor de todas, y sé, dolorosamente, que jamás la escucharé.