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III

 El río subió anoche, estuvimos refugiados en el deck de la casa, viendo el jardín inundado de agua amarronada y los árboles emergiendo del río con brazos extendidos, como ahogados pidiendo rescate. Pero, así como vino la crecida, también se fue. Aparecieron los juncos, los agapantus mostraron sus florcitas mojadas, se hicieron ver los nacimientos de los troncos de los árboles, tapizados de musgo. Un árbol es en potencia una biblioteca, continente y contenido: madera para los estantes, hojas para las páginas. A veces mirar árboles fijamente, un día de lluvia, puede ser tan evocativo como leer. Mercedes Halfon, «Los libros más interesantes del mundo», en AA. VV., Bibliotecas (2023).

Martes 22 de noviembre de 1977

Trabajo en el libro de ensayos, la clave es mi hipótesis sobre los modos de apropiación en literatura. Son textos de doble enunciación, escritos por dos manos: la cita y el plagio definen la frontera legal/ilegal. En el medio está la traducción: el traductor vuelve a escribir un libro —de hecho lo copia— que es suyo y de otro (sobre todo de otro), el nombre del traductor —su propiedad— es siempre invisible o casi. Él ha escrito todo el libro, pero no le pertenece. Se trata, en todos los casos, de escribir una lectura. En el lenguaje no hay propiedad privada, el pasaje a la propiedad, es decir, la apropiación, define en un sentido la literatura. Hay que pensar qué sucede con el cambio de idioma: el escritor escribe el mismo libro en otra lengua (Borges hace eso con las citas que traduce y convierte en textos escritos siempre «a la manera de Borges», es decir, se los apropia, de modo que siempre tenemos la sensación de que él ha inventado las citas o le ha atribuido sus frases a un autor

En esencia

Como en aquellas tardes en la fábrica de productos químicos industriales de Haedo, cuando abría una ventana de Blogspot como esta y sazonaba el trabajo de siempre (llamar a clientes para reclamar pagos, hacer facturas y remitos, llamar a proveedores para que nos entregasen líquidos corrosivos o granulados fatales, preparar cheques que luego iría a depositar en el Credicoop de Morón) con las palabras que me iban saliendo. Igual.

Una novela abandonada. Día 2

Fioro, Sergio y vos se habían conocido y encontrado de casualidad, en una de esas casualidades que podían darse si habías sido adolescente durante los noventa y el 2000 te encontraba con veinte años. Vos habías estado tocando con Andrés, pero no lograban construir nada. Astral, la banda pop —o de rock alternativo, como se llamaba eso en aquellos años— que una vez habían armado, se había desintegrado naturalmente (bueno, no tanto: Andrés había echado a Guido y nunca había simpatizado con Eva, pero en ese momento parecía natural que la banda volviera a fojas cero tras haber grabado un hermoso demo y haber sorteado dos presentaciones públicas más o menos… Sin la cantante y sin el bajista no se podía). Y, aunque ustedes dos se creían mucho, ambos cantaban, Andrés era capaz de tocar muy bien el bajo y competentemente la guitarra y el teclado, y vos tocabas la batería con mucha fe y componías con ilusión, no iban a ningún lado. Se habían juntado un par de veces a tocar en tu casa y se

Una novela abandonada. Día 1

—Me voy de la banda —dijiste. Y sorprendiste a todos. Hacía bastante ya que se peleaban, los ensayos eran cada vez más difíciles y, entre la falta de compromiso de Gustavo, la apatía de Fioro y las pocas pulgas de Sergio, algo así se veía venir. Estaba a la vuelta de la esquina. Colgaba entre las telarañas del techo. Y, sin embargo, los sorprendiste y te sorprendiste. Escupiste las cinco palabras así, sin más, y enmudecieron. Probablemente haya tenido que ver con el momento. Nunca manejaste bien el tiempo, los tiempos (lo mismo podría decirse de tu desempeño como baterista, pero no lo diré: a mí me gustaba cómo tocabas y verte tocar). Chabón, era el cumpleaños de Sergio. Los chicos estaban ahí con unas cervezas, una Coca, papas fritas y pavadas así. Les gustaba celebrar los cumpleaños así, de ese modo un poco infantil, en la sala. En esas ocasiones se comía, se brindaba, se bromeaba y, luego, se ensayaba y, si había suerte y alguna novia con ganas, aparecía una torta. Soplar

Ahora

Lo importante no es lo que escriba.

En el 5 con Gene Chandler

Anoche tomé el 5 rumbo al centro. Sentado en un asiento individual, iba mirando por la ventanilla la calle oscura mientras escuchaba a Gene Chandler. Cuando empezó «Duke of Earl» viví un momento mágico, una de esas extrañas ocasiones en las que la música que llega a través de los auriculares, muchas veces desde los confines más remotos del tiempo y el espacio, forma un todo con el entorno, con lo que se ve, con lo que se siente, como un soundtrack perfecto. Así, mientras el 5 surcaba la noche de Buenos Aires por la calle Bartolomé Mitre, yo fui el duque de Earl (o Gene Chandler acompañado de los Dukays, que para el caso es lo mismo). Y fue tan lindo que repetí la canción varias veces, siempre con el mismo efecto. (Incluso, a partir de la tercera o cuarta reproducción empecé a cantar por dentro y a mover las cejas, arrugar la frente y gesticular con mucho sentimiento.) Eso sí, llegado un momento tuve que dejar que comenzara la siguiente canción. El duque de Earl se había ido. Dos minu