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El lunes de gracia, el huevo salió de su casa rumbo a la peluquería. Tenía franco y quería aprovechar para solucionar sus problemas capilares.
El huevo caminó avenidas y calles, bulevares y paseos, cuadras y cuadras desoladas bajo un sol inclemente y no logró dar con su coiffeur. Recordó entonces que jamás había tenido uno. Ni lo necesitaba, tampoco. Era calvo. Calvo como un huevo.