20.3.09

Paseo

Del piso al techo sólo necesito algo de flexibilidad. Chirrían las rodillas, pero lo consigo. Una vez arriba la cosa no es mucho mejor; la gravedad está en mi contra y las arañas sonríen en los rincones. (Habrá que limpiar con esa especie de plumero plástico verde de mango largo que se aburre detrás de la puerta del baño.) Camino, me arrastro, no sé bien qué hago. Me miro, eso sí, reflejado en la bombita de luz. Setenta y cinco watts y mi cara, todo a la vez. Sonrío y el filamento incandescente me borra la boca entera. De un saque. Ruedo hasta el ángulo opuesto, sobre la biblioteca, y me lleno de polvo y ácaros. Uno de éstos se ríe de mi asma; yo me río de él. Después me doy cuenta de que no son visibles así nomás, así que se lo digo y santo remedio: no lo veo, desaparece, no vuelve a joderme. Repto entonces por la pared de la ventana hasta tocar otra vez la alfombra. Llego al piso. Desaparezco.