31.1.06

Historia breve

Ella me descubrió, me buscó, me anheló, me esperó; luego yo entendí y caí.
Ahora soy yo quien la espera y respiro la certeza de que un día se irá con un físico y nunca podré perdonarnos.

30.1.06

El Año Nuevo chino puede ser una excusa...

... pero una versión especial de Jardín de instantes acaba de ser lanzada para el gran mercado asiático. Los comentarios, incluso en Pekín, siguen marcando 0: nosecuántos millones de chinos no pueden estar equivocados.



27.1.06

Siete minutos (coda)

Ella ahora dice odiarme por haber escrito eso que llamé "Siete minutos" y esgrime, como para justificar su insensatez, que lo escribí en el trabajo, que me tomó sólo siete minutos y que está muy bien. Lo que no logra entender es que ella misma me regaló esa semilla celeste sugiriéndome en un mail, unos minutos antes, que aprovechara el día soleado para plantar alguna flor en este Jardín. Y eso hice. Y lo más notable es que no es la primera semilla que me regala.
Ahora me odia y la culpa es suya.
Si hay algo que me gusta de esta pequeña cofradía es que somos capaces de odiarnos admirablemente los unos a los otros.

25.1.06

Siete minutos

Tengo estas semillas de ideas naufragando en el bolsillo derecho y, ante la perspectiva de comerlas como si de girasol fueran, elijo plantarlas, aún sabiendo que necesitan más cuidados de los que puedo prodigarles.
La lluvia de ayer humedeció la tierra y ahora ella, receptiva, se abre pidiendo mi mano agricultora. Dispuesto a satisfacerla, tomo una semilla celeste y la entierro. Queda un montoncito leve. Me inclino hasta casi tocar la tierra con los labios y le hablo, le cuento cosas de la selva misionera y de Horacio Quiroga, cosas que, intuyo, pueden entusiasmarla. También le informo las condiciones climáticas y le miento un aguacero que no existe, a ver si en una de ésas.
Pegando la oreja al suelo siento un temblor tímido, un ronroneo, una música subterránea. El delicado sonido del trueno.
Siete exactos minutos después asoma, entre los terrones un penachito celeste, casi blanco. Me nace una sonrisa y lo acaricio apenas, con el dedo índice recorriendo unas nervaduras que laten y se hacen más fuertes bajo mi tacto. Una especie de flor azul se abre y, en un pétalo, se sugieren unas palabras. Sosteniendo mi monóculo, leo: "Tengo estas semillas de ideas..."

20.1.06

Quién te viera

Quién te viera
pensar mientras
sola llevas sombras
del jazmín sobre tu cabeza.



Quién pudiera
ser la pena
que entre el agua
descansa en tus ojos, triste luna llena.



Si supieras,
un día serás de verdad
y habrá quien me quiera.





Eduardo Mateo, en "Mateo solo bien se lame" (Uruguay, 1972)

Se va, se va, se fue...

...y ya la extraño.

19.1.06

Mi mundo privado

Son las once de la noche
o tal vez las doce,
la tele está prendida
y se me acabó el día.
(se deslizó a mis espaldas).
Diarios viejos cubren el piso
pero yo ya leí
todos los suplementos juveniles.
Y ya comí
y no tengo más funciones vitales.
Así que miro por la ventana y me pregunto
por qué quiero que se caiga el mundo
si ni siquiera llueve.
¿Es el centro del universo
o sólo la parada del 168
lo que señala ese cartel en la vereda
a una cuadra de acá?
Si estamos solos.
Si estamos solos,
¿qué otra cosa puede ser?
Unos ojos maquillados me miran
desde la tapa de "Transformer"
y un sinsentido, otro escalofrío que me recorre;
tengo sed o nada de eso.
Tal vez esto sea nacer
o hacerme viejo.

18.1.06

Algo así

Lo pensé. No sé bien qué era, pero juro que lo pensé. Le di vueltas a la idea; era dura, pero la mastiqué igual. Tenía sabor a mucho.
El timbre repentino del teléfono hizo que me lo tragara. Miré al aparato, lleno de odio.

17.1.06

La respuesta

Esa pregunta de Subjuntivo motivó mi respuesta, esta respuesta, que viene a desbarrancar todo lo que había construído en mi habitación autoindulgente, esas cuatro paredes de madera de pino y un techito al borde de un precipicio.
Primero fue el año nuevo y el temor lógico, el constante desechar cosas por no considerarlas lo suficientemente buenas como para reinaugurar este Jardín. Ese miedo se convirtió luego en terror para, finalmente, dejar paso a la negación. Entonces no pude escribir. Ni un maldito mail. Leí mucho, eso sí (a un promedio espeluznante de dos o tres libros por semana) y jugué alguna noche en la mesa del comedor con mi vieja Remington y el placer redescubierto de tipear con un solo dedo y con mucha fuerza, aporreando las teclas, los dedos negros y esa música inaudita, curiosa mezcla de ametralladora con Gene Kelly bailando tap.
Nunca pude volver a plantar ningún instante en este vergel, en el que Andrea se perdía en pos de desmalezar un poco. Sólo escuchaba sus reclamos entre las cortaderas que, de a poco, iban invadiendo el porche. Aunque traté de consolarla, nada pude hacer: yo también me había perdido y las hojas, largas como cuchillos, me tajeaban las piernas y los brazos. Y la noche. Lo peor era la noche.
Ahora estoy de pie en un campo verde e inundado por el olor del pasto cortado. La tierra húmeda desprende vapor y el sol está empezando a asomarse. Todos mis amigos están por llegar.