Que les souvenirs m'entraînent et j'aurai des yeux ronds comme le monde. Paul Éluard, «Dans le cylindre des tribulations».
Estuve ahí
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Estuve en la Comarca de los Soñadores,
donde el sol no se asoma jamás
y el cielo de cada noche es un fantástico tapiz
bruñido de todas las estrellas que no se ven desde acá.
Y fui feliz, muy feliz.
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Comentarios
Anónimo dijo…
no puedo competir con el comment del usuario anónimo, pero me gustó lo que escribiste. sobre todo la palabra bruñido (no sé si viste el diccionario de la REA, pero bruñir tiene unos significados de lo más inetresantes...)
"Sé el diamante que bruña el diamante" rezaba una stranza del himno de mi colegio...
S.
Anónimo dijo…
Gerund: si bien no es excelso como el del usuario anónimo, tu comentario me ha gustado. Te cuento que "bruñir" es uno de mis verbos favoritos y que, tal vez por eso mismo, siempre me he acercado a él tangencialmente, evitando adrede la decepción del diccionario. Si vos lo recomendás daré un paseo por sus páginas, a ver qué me encuentro...
Apollonia: ojalá supiera dónde estuve. Una desventaja de los sueños es la imposibilidad de retornar a ellos. La próxima, te aviso.
¿Se trata, Imperfecto, del himno del Acosta? Desde ya, tiene frases memorables.
Caminaría mejor solo, ¿no lo ves? No, ¡cómo habrías de reparar en eso con "Lightning Strikes the Postman" estupidizándote! Esas guitarras de mierda de los Flaming Lips , pensé antes, cuando estábamos acostados y dos moscas fornicaban sobre tu pie sucio; y lo repito ahora, en el formidable racconto que desarrollo mientras el rocío del pasto nos moja las pantorrillas y vos hablás, hablás estúpida, vana, estéril, inicuamente.
Esto es una farsa, confesémoslo: nadie va a leer lo que escribo si no consigo hacerlo salir a través de mis dedos. Y si tengo que tomarme el trabajo de escuchar lo que pienso, ordenar las palabras mentales y traducirlas a palabras humanas y, luego, sobrellevar el enorme esfuerzo de presionar botones grabados con símbolos convencionales representando letras, ¿de qué manera se vería retribuido todo eso con el paso fugaz de algunos pares de ojos sobre mis renglones? ¡No tiene ningún sentido! Ahora tengo la certeza: seré un vagabundo y mantendré, en silencio, frondosas conversaciones conmigo mismo. Que los demás se vayan a criar malvas.
Eran dos. El de la derecha se llamaba Aristide y el otro no se llamaba dado que, estando siempre consigo, comprendía la futilidad de tal acto. Su madre, de todos modos, le había puesto Jean-Jacques. Le había depositado el nombre en cuestión en el hombro y así lo llevaba el pobre muchacho, ayudado de tanto en tanto por un pedacito de cinta Scotch o un apósito protector usado. Su vida era muy triste. Los dos se odiaban a muerte, aunque el odio de Aristide era un poco más temible que el de Jean-Jacques y éste vivía aterrado: su odio, verde y ligeramente peludito, apenas sobrepasaba el tamaño del pulgar de su enemigo. El sentimiento mutuo crecía en pos de estas cuestiones de tamaño y medida, y ambos se veían obligados a recomenzar las discusiones todo el tiempo para ajustarse a los parámetros cambiantes. Realmente, odiarse era odioso.
Comentarios
S.
Apollonia: ojalá supiera dónde estuve. Una desventaja de los sueños es la imposibilidad de retornar a ellos. La próxima, te aviso.
¿Se trata, Imperfecto, del himno del Acosta? Desde ya, tiene frases memorables.