31.7.09

Lo que Zozaya no sabía

Zozaya sabía muchas cosas.
Sabía, por ejemplo, que era sábado. Sabía que había sol y que, según el pronóstico, la mínima era de 12 grados y la máxima, de 28, por lo que podía inferir (aunque podría decirse, directamente, que "lo sabía") que la temperatura del día sería agradable.
Zozaya sabía de cuánto dinero disponía, y sabía también que la billetera estaba en el bolsillo trasero derecho de su pantalón (por supuesto, sabía en qué iba a gastarlo).
Zozaya conocía bien el trayecto que el 39 recorría. Zozaya sabía cuánto duraría el viaje y en qué parada habría de apearse. Sabía, además, que el colectivo paraba en la vereda de enfrente y podía verlo detenido en la bocacalle anterior, por lo que sólo tenía que cruzar la avenida.
Lo que Zozaya no sabía era que tendría que haber mirado a ambos lados antes de cruzar. Tal vez así hubiera podido evitar el camión que venía en dirección contraria.

12.5.09

Y, un día, el tipo desapareció.

20.3.09

Paseo

Del piso al techo sólo necesito algo de flexibilidad. Chirrían las rodillas, pero lo consigo. Una vez arriba la cosa no es mucho mejor; la gravedad está en mi contra y las arañas sonríen en los rincones. (Habrá que limpiar con esa especie de plumero plástico verde de mango largo que se aburre detrás de la puerta del baño.) Camino, me arrastro, no sé bien qué hago. Me miro, eso sí, reflejado en la bombita de luz. Setenta y cinco watts y mi cara, todo a la vez. Sonrío y el filamento incandescente me borra la boca entera. De un saque. Ruedo hasta el ángulo opuesto, sobre la biblioteca, y me lleno de polvo y ácaros. Uno de éstos se ríe de mi asma; yo me río de él. Después me doy cuenta de que no son visibles así nomás, así que se lo digo y santo remedio: no lo veo, desaparece, no vuelve a joderme. Repto entonces por la pared de la ventana hasta tocar otra vez la alfombra. Llego al piso. Desaparezco.

25.2.09

Cumplido

El sábado, una chica de grandes ojos negros que apenas me conoce me dijo, mirándome y sonriendo, que parecía un personaje de Krazy Kat. El mejor piropo de mi vida.

24.2.09

Healing factor

A Wolverine le recubrieron el esqueleto de adamantium. Fruto de ese proceso (o no, no me acuerdo) es su providencial healing factor: al tipo le disparás con una escopeta y, casi de inmediato, la herida se cierra. 
Lobo también tiene una capacidad similar, aunque se trata en su caso de una característica común a todos los de su raza, los czarnianos.
Es muy difícil matar a cualquiera de los dos. De hecho —y a diferencia de la mayoría de los superhéroes estadounidenses—, Wolverine y Lobo están entre los pocos personajes que no han muerto para regresar después. Nunca se fueron, no hubo funerales con crossovers ni macrosagas cósmicas que cambiaran el universo para siempre.
Todo lo anterior es una introducción para decir que a mí tampoco se me puede matar. Me siento muchísimo mejor después de escribir la entrada precedente (y lo que más contento me pone es que pude expresarlo sin acudir a terminología de libro de autoayuda ni hablar de "el poder curativo de las palabras"). Las palabras son mi healing factor. Tomá.

Abisal

An se fue de viaje y ando solo por la casa, rebotando entre paredes, sin hablar con nadie y evitando mirar por las ventanas. La calle está abajo, pero eso no importa. El sol lastima y la leve corriente de aire no me despeina.
Pensaba trabajar mucho, hacer —como otras veces— de esta casa mi gabinete de corrección, mi oficina, mi atestada redacción unipersonal, mi taller de relojería. Pero no. No tengo tanto por hacer, y liquido en 5 minutos cada cosa que me cae.
También quería dibujar, cantar, componer, grabar y ver amigos postergados en mi tiempo libre. Y nada. "Quise tantas cosas, quise y no conseguí ninguna, tal vez por quererlas todas o por no intentar con una", como cito más arriba. (El problema es que no me conforma pensar "Por lo menos hice algunos planes". Mis planes nunca llegaron a ser tales.)
No estoy mal, para nada, pero me falta fuego interior. Tengo frío en el pecho y los ojos no me sirven. Ando como un pez abisal, arrastrando mi barriga contra la arena helada del fondo del mar ártico, impulsándome con aletas diminutas y deformes y soportando sobre el lomo el peso de no sé cuántas toneladas de litros de agua salada. Hay algo que no deja de ser cierto, y es que tengo unas "antenas" luminosas de lo más simpáticas. Decí que, como soy casi ciego y por estas profundidades no anda nadie, bueno, no se lucen demasiado. Pero están ahí. 

N. del A.: El otro día entré a mi "escritorio" de Blogger tras mucho tiempo y me sorprendió —me emocionó casi— descubrir que este humilde blog tiene seguidores. Una es gerund, que es una gran amiga que nunca dejó de estar cerca, y de quien ya ningún gesto cálido debería sorprenderme. Los otros son la querida Vontrier, a quien no conozco pero por algún motivo me interesa y le intereso, y el enorme Fender, a quien conozco apenitas pero sé que está hecho con un montón de partes nobles. Sépanlo, esta entrada —y las que vendrán en cuanto entre en calor y me noquee de una vez por todas— les pertenecen. No es demagogia: ustedes tres me dieron el empujón que les agradezco tantísimo.