Conejitos
Eran las cuatro de la tarde en Morón.
La mujer, algo entrada en carnes, llevaba desvergonzadamente una remera con la S dorada de Superman. En su mano derecha se movía una bolsa de hipermercado, agujereada.
Levanté la vista del libro de Saer justo para cruzarme con el busto superheroico, primero, y después con su mirada. Ella me clavó los ojos y esbozó una sonrisa, para luego preguntarme:
-¿No querés un conejito?
El contenido de la bolsa se movió frenéticamente y pataleó para subrayar esas palabras.
Comentarios
Te odio carajo...
S.
muy bonito, el conejito.
No escribo mucho, es cierto.
Otros ya lo hicieron, y mejor. Ahora yo los leo.
S.