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Mostrando las entradas de noviembre, 2005

Página 43. INDIVIDUALISTA DE MIERDA

Sólo pensás en vos. Yo también pienso sólo en vos. Ahí está el error.

Página 37. Ojos de ciudad

Le llevará un segundo conocerla sin hablar. Lejos de su ciudad natal, toma rumbo hacia la nada popular. Aliento a muerte, el tiempo ya no lo hiere. Siempre otoño. Él ya no será uno más. Curioso y marginal, sus ojos reflejan la ciudad Mira las marcas en la piel de la gente y no sabe disimular. Busca un alma caminando entre los cuerpos y, aunque quiere, no la puede imaginar. Mira a la gente y lo único que entiende va más allá. ¿Por qué le temen a la muerte si ahora, vivos, apenas saben caminar? Las luces empiezan a herirlo. Pisa el cielo ahí caído. ¿Es que todo es irreal? Las torres lo acusan de soledad al pasar. Los pies lo quieren devorar y se marea pero aún la quiere encontrar. Busca ese alma que lo cuide, un suspiro que lo acune, que lo quiera sin hablar. Entre la jungla de sacos la descubre sin mirar. La encuentra abandonada entre las risas falsas y sin más me viene a buscar.

Página 17. Pensé que eras todo a mi alrededor, pero me equivocaba: sólo estás entre mis cosas y dentro de mí. Lo demás es frío y lluvia hoy

Otra vez estoy escribiéndote desde el hospital, pero hoy lo hago en el anotador que me regalaste, ése en el que enhebraras bellamente unas cuantas frases inconexas la noche de Fumero en Notorious y el violín de Marty, el mismo en el que hicieras un dibujo rosado de trazos infantiles, nubes enojadas y un conejo, aquel que aún guarda en la contratapa de cartón el teléfono de Jarvis con su nombre real escrito con tu letra de mujer. Ese block uso hoy, ese que tanto quiero por hablarme de vos. Lo apoyo sobre el Pisco Yacu , el libro de mi pequeña ... en su camita de hospital. Sí, mi ..., se me antoja mía aunque faltaran muchos años aún para nuestro encuentro. Pero nos conocíamos. Estoy seguro de haberte soñado y atesoro el recuerdo borroso de un beso infantil recibido de tu boca al despertar alguna mañana. […] Sé cómo sos. Sos así. Sos mía. Como Pisco, supiste atraparme en las volutas turbias que escaparon de tu flauta aquella tarde en que te descubrí por primera y quizás única vez. Sin dar...

Página 15.

Tu ausencia duele como una mañana de sol.

Página 11. Fatalidad

Peces muertos Demasiada información a veces lastima Osciloscopio del alma Señal de ruido en una cinta de grabar sonrisas Lágrimas que nunca caerán Así dijo ella Fatalidad Permanente vivir por nada

Página 9. Dibujos de guerra

¿Qué será del hombre misterioso que naufraga en su propia sombra? ¿Se salva? ¿Se pierde? ¿Vuelve su cuerpo metal? Es el asesino de mañana. Él sabe que yo lo sé, yo sé que adivina y así nos miramos, como dos fieras acorraladas. Me acecha, lo acecho y los soles de cada una de las galaxias existentes empiezan a pender sobre nosotros sostenidos apenas por delgadísimos hilos de nylon. Y el calor no perdona; ambos sabemos eso. No nos preocupa. Nos sabemos débiles, vulnerables y eso es lo que nos mantiene vivos. Pintamos nuestras pieles con la sangre del venado recién muerto, las ecuaciones de vida disfrazadas en rojos dibujos de guerra. Somos condescendientes con nuestros enemigos e implacables con nuestros contados aliados. Tanto él como yo somos sobrevivientes y sabemos arrastrarnos por comida. Nuestro olfato hiperdesarrollado reconoce el hedor acre de la muerte aunque más no se trate de una brizna de pasto cortada dibujando caprichos en el viento huracanado. Porque ella está en todos lado...

Páginas encontradas: prólogo o advertencia

Hace algunos domingos estuve en la casa de mis padres, la casa de Ituzaingó donde pasé casi toda mi vida, comiendo un asado en el jardín y -esto es un secreto- añorando el sol del oeste. Tras el café, cuando todos fueron a dormir la siesta, yo me puse a lavar los platos y recordé (estas cosas me pasan cada vez que lavo platos) unas partituras para piano que, creía, descansaban en cierta caja de cosas de mi pasado. Busqué entonces la caja y me traje, además de las partituras, un puñado de canciones que había olvidado con sus acordes y una maravillosa libretita que supo viajar en mis bolsillos entre 2000 y, tal vez, 2002. En sus hojas anoté, con una letra horrible, toda clase de cosas. Ya he manifestado en este lugar y ante todos ustedes que no quería publicar escritos viejos, pero me traicionaré transcribiendo lo que más me guste de ese block Arte A6 de 60 hojas rayadas. Están advertidos.

Ido

Caminé de nuevo por esa calle que, de tan transitada, perdió el nombre. Avanzaba despacio, concentrado en la lectura de un libro de Bioy Casares, por lo que alguna gente me esquivaba y otra se topaba conmigo de la peor manera posible: ausente. El sol de las cinco lo abrasaba todo a la vez que me abrazaba a mí y hacía fosforecer las páginas del libro. Las letras, hormiguitas chamuscadas, se volvían rojas. Yo era de algún color parecido, aunque traslúcido. Era una suerte no estar clavado al papel. Tenía que decidir la forma del resto de mi vida y eso, en Morón, no es un detalle menor. Igual me tomé el tren. Sucedió entonces el viaje, ese tiempo en el que uno queda a merced de los caprichos ajenos, de los deseos de remotos maquinistas y operarios, de directores y directivos, de transeúntes y pasajeros, de vendedores ambulantes. Esos minutos muertos se parecen tanto a la libertad. Todos decidían y yo aún no había llegado. Ahora, de regreso a casa, paro a mirarme: estuve ahí y eso fue lo de...

Invocación

Una noche más que no es más que otra. Vine a buscarte. Horas y horas de vigilia quedaron atrás, libros para aprender a escribir cartas de amor y odio en Belgrano y setecientos cincuenta y un exactos boletos de colectivos, trenes y aviones (tickets to ride far away). Un parcial más, una cancelación y una corrida. El próximo jueves tocamos otra vez en El Colonial. Estoy automatizado y el café es mi único combustible. Mi analista me llama por teléfono, desorientado. Mi vida está bien, aunque le falta algo de... algo de vida. Y en medio de toda esa vorágine, yo te extraño. A veces, en serio, lo hago. Los colectivos siguen sumando los números de una A. Quisiera encontrarte alguna noche y dejarte saber que no te odio ni sabré hacerlo nunca. Esto no fue más que una invocación, una comunión, el tímido calor de un sol de mentira. Un lazo nuevo y viejo a la vez. Espero sepas tomarlo.

La casa de la Buena Muerte

Me encuentro en la casa de la mala vida y la Buena Muerte, donde mujeres sin rostro de guardapolvos celestes son engullidas por ascensores que llevan a ninguna parte. La piel escamosa de las paredes se hincha y se deshincha rítmicamente y los poliedros encastrados entre sí producen un sonido mínimo pero insistente al rozarse. Otra mujer acaba de perderse en las fauces de la caja que acabará con ella. Así son las cosas aquí, en la casa de la Buena Muerte.

Estuve ahí

Estuve en la Comarca de los Soñadores, donde el sol no se asoma jamás y el cielo de cada noche es un fantástico tapiz bruñido de todas las estrellas que no se ven desde acá. Y fui feliz, muy feliz.

What are you looking at, Constanza?

Trepo más allá de la mirada insidiosa. No por ella en sí, sino porque intuyo su capacidad de arrastrar palabras pretendidamente amistosas. Palabras que no deseo. Él está perdido. Típico terror al silencio. La gente es así. Oyendo sólo el sonido de mi respiración escribo. Me siento bien entre los renglones y vienen a mi mente imágenes de Tim Burton. Tengo calzados mis viejos zapatos de cuando comencé la secundaria. Están desgastados, sucios y los años se han llevado su forma original. Por eso me gustan: me conocen y los conozco. Son como abuelos sabios. A él nadie lo conoce. Desesperado por mi mutismo, abandonado en un mundo que nunca fue el suyo, se paró en el pasillo. Las personas pasan, la vida fluye y lo saluda con un suspiro verde que no le está destinado. Él no lo sabe y responde con holas y adioses. Nunca va a saber que no me importa en lo más mínimo. Nunca podrá percibirlo. Y esa barba tan fea, por dios! Me irrita la gente que no se resigna a ser lampiña. Me irritás, Diego Pérez...

Quisiera ser como Nicole

En la tapa de la revista Luz, ese adefesio que acompaña al (no menos adefesio) semanario Perfil, la vi hoy a Nicole Neumann. Ella decía, en grandes letras de colores: "Me critican porque soy rubia, inteligente y buena". Y no mencionaba para nada su belleza. Humilde, Nicole. Por sobre todas las cosas.