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La clave del éxito

Ceci anduvo por acá y (dicen que) dijo que escribo bien. ¿Quién iba a decir que me sentiría complacido, que me agradaría agradar? Quizás este recóndito blog se convierta en la estrella de la net, en el día más soleado, en un estribillo en mitad de la mejor canción. En ese momento cumpliré los deseos más banales y todos mis sueños caerán al suelo, muertos. Ese día lloraré a Sergio, An, José y Ceci. Ese día no me perteneceré.

Buenas noches

Toqué "El encuentro" en la melódica, aún sin haber aprendido nunca del todo la melodía (valga la redundancia). Resultó buena la noche de ayer. Fue bondadosa con nosotros.

La tarde

La tarde como una cosa lenta o, mejor dicho, macilenta (cantar del desangelado); la tarde como un monstruoso pez abisal, ciego y con la boca llena de putrefacción; la tarde como etapa terminal de la enfermedad del día, llagada de sol, costrosa, purulenta. Todo eso se desploma sobre mí, se desparrama y me cierra los ojos, me abre la boca, me seca la lengua, me parte los dientes en minúsculos pedacitos óseos, brillantes, que trago sin darme cuenta y se meten en mi cuerpo, atraviesan el esófago, el estómago y se dirigen hacia el intestino, de donde tarde o temprano serán expulsados para terminar su recorrido en una letrina sucia de la estación de ferrocarril. Entonces esta tarde sin agallas no habrá dejado nada en mí.

El secadero

El texto estaba escrito en verde en una de las primeras hojas de mi agenda. Tal vez un 5 o 6 de enero. La letra era la mía, aunque no. Pero sí. Decía así: "Abrazándonos, abrasándonos: nada es lo que parecía. Nos hemos fundido finalmente, lo logramos, y no siento el calor. O no sé: tal vez no me importe y, aún así, mi cuerpo lo perciba sin avisarme. Si de eso se tratara, qué más da: te tengo enfrente, adentro, arriba, en mí. No hago distinciones: sos la asesina que me da vida y me la roba luego, sólo para darme algo mejor. "Puedo ser una hoja quemándose en el secadero, pero mi aroma persistirá. Mi esencia. Sos vos. Somos."

Ya llegan las noticias cruzando el mar

Al entrar a este locutorio sentí el olor de mi viaje a Bélgica, tal vez el de algún té especiado o un bistró de paredes amarillas o un bol con hierbas silvestres aromáticas en el living de gigantescos ventanales con bosque siempre nublado atrás o una chica del colegio en Louvaine La Neuve. No sé a ciencia cierta de qué se trataba y, si bien no se relacionaba directamente con lo que me hizo franquear la puerta, venía a cuento. Se trata de ecos y reflejos. (Lástima que el pibe haya puesto a Luis Miguel o algo así. Cuando entré había silencio.) Me dirigía hace un rato (o me dirijo, porque aún no llegué) a la cooperativa de la calle Azcuénaga por un trámite laboral. Estas mañanas que le robo al trabajo son siempre un placer y si, como hoy, hay sol y el fresco me hace sentir frío en los brazos (anoche llovió y yo salí con remera, sin sospechar que habría cambiado el clima) me gusta pasear como un turista. Acabo de caminar por los pasajes Dellepiane y Del Carmen, admirando los stencils y lo ...

La sensibilidad al palo

Hay, al oeste del Gran Buenos Aires, una ciudad llamada Morón. Ahí trabajo yo. Todas las mañanas, apenas bajado del tren, tomo la calle Rauch y paso por la puerta de un quiosco que vende golosinas a quienes las vocean a bordo del Sarmiento. El local es mínimo, pero está siempre atestado de vendedores haciendo sus compras y departiendo amablemente. Y a los gritos. Quien está a cargo de todo es un Jorge Sesán correspondiente a otra "Pizza, birra, faso", una con final menos amargo. No feliz, pero. Rodeado de remeras rockeras y negras, chombas gastadas y camisas sin lavar, estaba él hoy. Con una remera de Morrissey. Blanca.

Las ganas

Son tantas mis ganas de llorar. Tantas.

Boogie mama

Estoy muy aburrido desenroscándome.

Leopoldo y su Jazz Band

El trombón ha soltado una carcajada de papel secante y absorbe todo nuestro asombro. Jazz Band. Tarántula musical para nuestros tobillos emplumados. Baile. Griterío de niños o de salvajes, para hombres niños y salvajes; porque sólo en los niños y en los bárbaros pueden resucitar las bocas muertas de la alegría. Hay que colgar ese mugriento sobretodo del pesimismo. La gravedad ha quebrado con su mejor fábrica de corsetes. Jazz Band: por tu recinto Stravinsky se pasea en zapatillas y Zarathustra, quemando sus rayos de papel mascado, encorva sobre el mundo de chocolate... Leopoldo Marechal (revista Martín Fierro , Buenos Aires, 17 de mayo de 1925)

El hombre con peces en el pelo

El hombre con peces en el pelo estaba preocupado: perdía al peinarse sus peces y su pelo. Cada mañana se despedían de él, desde el peine, manojos informes de peces y pelo. Lo que más temía el hombre con peces en el pelo era el día -o la noche- en que finalmente quedase calvo. Él sabía que ese momento era inevitable y que, entonces, tal vez lo llamaran "el hombre sin peces ni pelo", aunque el epíteto más probable era un vulgar "pelado". O eso, o el olvido. Pero ya nunca, nunca más, el hombre con peces en el pelo sería el hombre con peces en el pelo.

Frantisek

Niño Frantisek buscaba una señal en el cielo como la estrella de los Reyes Magos, alguna cosa así, medio Dickens. No había nada de eso: apenas un cartón de Cindor Shake , de esos espantosos de frutilla, o de banana, a quién se le ocurre. Una aberración. Niño Frantisek lloraba entonces. Lejos de papá, además, porque le había prohibido llorar. Eran muy pobres y no podían darse el lujo de.

Elogio de la música mala

Era un riff malo, definitivamente malo. Como el de "Cocaine", pero peor. Como tocado por Jaf. No se me ocurrió otra cosa. Eso, y vomitar.

Ivonne y Roberto

"Le escribo desde la cama. He pensado en usted, querida amiga, ha pasado un día semejante al mío, acompañada y aislada, la mirada echada para adentro. Este tan poco es un mucho que ha ocupado el espacio de todo un día. No deseo nada, ni escribir siquiera. Estoy bien. "He ido al diario pensando en usted. He escrito un artículo pensando en usted. He tocado el piano pensando en usted. He charlado con otros pensando en usted. He oído música pensando en usted. He visto oscurecerse el día pensando en usted. He ido al mercado con usted. La he hecho dormir acariciando su cabello. La he oído hablar. Le he dado palmaditas en la espalda. Le he traído una caja de libros... He ido en tren con usted. He estado en una cocina, ayudándola a usted. Nos hemos mirado y nos hemos dicho: 'Oh, aquellos eran tiempos horribles. No sabemos cómo hemos podido soportarlos'. "¿Se da cuenta de que he vivido hoy con usted? Pensé en otras cosas además. Las he olvidado. Pensé en su sinceridad. De...

El pequeño desliz que desató todo lo demás

"Puede pasar. Me puede pasar a mí, a vos, a cualquiera. Son cosas que realmente uno no se espera, asuntos que te descalabran todos los asuntos. Inesperaciones , que le dicen". Así habló el ministro aquel domingo, en su casa, rodeado de feligreses. La repentina transformación de la dulce Miss Wright en un felpudo conmovía a la comunidad. A todos, menos al ministro. Él era el único que parecía tomarlo con calma. Sin embargo no estaba tranquilo. Ni siquiera él. Su pequeño desliz lo sugería: ¿de qué otra manera diría "inesperaciones"? Lo más curioso es que nadie parecía notarlo. Es cierto que poca gente en Marylebone manejaba correctamente todas las reglas gramaticales pero, de cualquier manera, alguien debería haberse dado cuenta: esa palabreja endemoniada sonaba directamente mal al oído, lastimaba, como una espina en el ojo.

Una melodía inconclusa

Entro, y no tengo nada más que hacer aquí. Busco en los cajones las postales que perdí. Quiero que seas más que una quimera, si no es mucho pedir. Quiero que seas vos la primera que logre hacerme reír.

I (still) don't know what to do with myself

Eso.