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La llamada

El temblor en mis manos ya es casi imperceptible, pero no desaparece. El corazón aún me late tontamente. Luego de tantas dudas, después de haberme inventado excusas y contratiempos de toda clase, me armé de valor y marqué el número de Abelardo Castillo. Había pensado cuidadosamente cada palabra del speech , había buscado un tono natural pero firme, a la vez despreocupado y seguro. Lo había planeado todo. Pero, en medio de la grabación del mensaje —¡que Dios bendiga a los contestadores telefónicos!—, alguien levantó el tubo y me sacó del libreto. Se me cayó una hoja de la partitura e, indefectiblemente, mi violín chirrió asustado. Terminé hablando con Sylvia Iparraguirre, nada menos, y, aunque me dijo que Castillo no incorporará más gente a su taller por el momento y al final no fue todo tan terrible, igual me desarmé. Tendré que armarme solo. El corazón aún me late tontamente.
Para nacer he nacido.

El esperador

Espera, esperador. Yo espero. Impera, emperador. Yo impero. En mi imperio de esperanza, rodeado de silencio y desolación, escribo mientras espero que el lavarropas termine de hacer lo suyo. No sé, a ciencia cierta, de qué se trata. Nunca lo hemos compartido. Nuestra relación es leve, siempre fue así. Yo presiono el botón, él abre su puerta-ojo (de buey) y acepta, gustoso, la ropa que le ofrezco (la prefiere arrugada y delicadamente sucia). Se la dejo y me voy. Lo alimento, pero él come solo. Y nunca enciende la lucecita verde en mi presencia. Luego de una hora o dos de borboteos, gruñidos y temblores, me devuelve la ropa, obligándome con su generosidad a subir a la terraza para colgarla al sol. Con el Sol sí converso, aunque él jamás me ha respondido. En realidad, lo que pienso es que, teniendo en cuenta la inmensa distancia que nos separa, lo más probable es que mis palabras le lleguen dentro de mucho, mucho tiempo, así como es posible que yo no alcance a escuchar sus respuestas porq...

Como que los blogs ya pasaron, ¿no?

Están todos abandonados, y ningún sentido tiene pretender otra cosa. Sólo unos pocos bloggers , estoicos, resisten, mientras los demás andamos por ahí, mezclados entre la gente (o no), dedicándonos a lo cotidiano y llevando a cabo tareas (quizás) menos públicas. Pero está claro que todo lo que afirmo en el primer párrafo puede ser desmentido en el segundo, ya que me niego a extenderle el certificado de defunción al Jardín de instantes (sin duda, el blog de mi autoría que más quiero; aquel al que me refiero, en desmedro de Fotos de Lily o Música de ascensores , cuando hablo de «mi blog»). Emprendo así, entonces, tras casi un año de ostracismo, la tarea de publicar una nueva entrada, nada menos que la primera de este 2010. Obviamente, no hay tema; sólo puedo escribir sobre mis dudas y sobre nada, como siempre. La poesía llegará después, si llega. No pienso esperarla. Por un lado, porque terminamos mal la última vez; por el otro, porque tiene una copia de la llave. Que haga lo que quiera...

Lo que Zozaya no sabía

Zozaya sabía muchas cosas. Sabía, por ejemplo, que era sábado. Sabía que había sol y que, según el pronóstico, la mínima era de 12 grados y la máxima, de 28, por lo que podía inferir (aunque podría decirse, directamente, que "lo sabía") que la temperatura del día sería agradable. Zozaya sabía de cuánto dinero disponía, y sabía también que la billetera estaba en el bolsillo trasero derecho de su pantalón (por supuesto, sabía en qué iba a gastarlo). Zozaya conocía bien el trayecto que el 39 recorría. Zozaya sabía cuánto duraría el viaje y en qué parada habría de apearse. Sabía, además, que el colectivo paraba en la vereda de enfrente y podía verlo detenido en la bocacalle anterior, por lo que sólo tenía que cruzar la avenida. Lo que Zozaya no sabía era que tendría que haber mirado a ambos lados antes de cruzar. Tal vez así hubiera podido evitar el camión que venía en dirección contraria.
Y, un día, el tipo desapareció.

Paseo

Del piso al techo sólo necesito algo de flexibilidad. Chirrían las rodillas, pero lo consigo. Una vez arriba la cosa no es mucho mejor; la gravedad está en mi contra y las arañas sonríen en los rincones. (Habrá que limpiar con esa especie de plumero plástico verde de mango largo que se aburre detrás de la puerta del baño.) Camino, me arrastro, no sé bien qué hago. Me miro, eso sí, reflejado en la bombita de luz. Setenta y cinco watts y mi cara, todo a la vez. Sonrío y el filamento incandescente me borra la boca entera. De un saque. Ruedo hasta el ángulo opuesto, sobre la biblioteca, y me lleno de polvo y ácaros. Uno de éstos se ríe de mi asma; yo me río de él. Después me doy cuenta de que no son visibles así nomás, así que se lo digo y santo remedio: no lo veo, desaparece, no vuelve a joderme. Repto entonces por la pared de la ventana hasta tocar otra vez la alfombra. Llego al piso. Desaparezco.

Cumplido

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El sábado, una chica de grandes ojos negros que apenas me conoce me dijo, mirándome y sonriendo, que parecía un personaje de Krazy Kat . El mejor piropo de mi vida.

Healing factor

A Wolverine le recubrieron el esqueleto de adamantium. Fruto de ese proceso (o no, no me acuerdo) es su providencial healing factor : al tipo le disparás con una escopeta y, casi de inmediato, la herida se cierra.  Lobo también tiene una capacidad similar, aunque se trata en su caso de una característica común a todos los de su raza, los czarnianos. Es muy difícil matar a cualquiera de los dos. De hecho —y a diferencia de la mayoría de los superhéroes estadounidenses—, Wolverine y Lobo están entre los pocos personajes que no han muerto para regresar después. Nunca se fueron, no hubo funerales con crossovers ni macrosagas cósmicas que cambiaran el universo para siempre. Todo lo anterior es una introducción para decir que a mí tampoco se me puede matar. Me siento muchísimo mejor después de escribir la entrada precedente (y lo que más contento me pone es que pude expresarlo sin acudir a terminología de libro de autoayuda ni hablar de "el poder curativo de las palabras"). Las pa...

Abisal

An se fue de viaje y ando solo por la casa, rebotando entre paredes, sin hablar con nadie y evitando mirar por las ventanas. La calle está abajo, pero eso no importa. El sol lastima y la leve corriente de aire no me despeina. Pensaba trabajar mucho, hacer —como otras veces— de esta casa mi gabinete de corrección, mi oficina, mi atestada redacción unipersonal, mi taller de relojería. Pero no. No tengo tanto por hacer, y liquido en 5 minutos cada cosa que me cae. También quería dibujar, cantar, componer, grabar y ver amigos postergados en mi tiempo libre. Y nada. "Quise tantas cosas, quise y no conseguí ninguna, tal vez por quererlas todas o por no intentar con una", como cito más arriba. (El problema es que no me conforma pensar "Por lo menos hice algunos planes". Mis planes nunca llegaron a ser tales.) No estoy mal, para nada, pero me falta fuego interior. Tengo frío en el pecho y los ojos no me sirven. Ando como un pez abisal, arrastrando mi barriga contra la aren...

See What a Fool I've Been

"Voy a agregar dos anotaciones más: una, sobre cómo la literatura ha usado el psicoanálisis, y otra sobre el modo en que el psicoanálisis ha usado a la literatura. Para la primera cuestión, podemos desde luego olvidar experiencias un poco superficiales como la del surrealismo o la de la beat generation , que confundían escribir sin pensar con oír la voz secreta de la sirena de Kafka (que es muda); confundían, o intentaban confundir, la espera de la gracia y la paciencia del poeta, con un procedimiento mecánico de escritura automática: la musa es una dama suficientemente frágil como para esperar un tratamiento más delicado que ese escribir dejándose llevar por una suerte de vitalismo atropellado; es un poco ingenuo por supuesto suponer que ésa es la manera de conectarse con el inconsciente en el trabajo." Ricardo Piglia, "Los sujetos trágicos (Literatura y psicoanálisis)", en Formas breves , Barcelona, Anagrama, 2000

Desengaño

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El lunes de gracia, el huevo salió de su casa rumbo a la peluquería. Tenía franco y quería aprovechar para solucionar sus problemas capilares. El huevo caminó avenidas y calles, bulevares y paseos, cuadras y cuadras desoladas bajo un sol inclemente y no logró dar con su coiffeur . Recordó entonces que jamás había tenido uno. Ni lo necesitaba, tampoco. Era calvo. Calvo como un huevo.

Le peintre, la pomme et Picasso

Yves Montand dejó el jazzecito, doblado en cuatro, arriba del piano, y se puso a recitar a Prévert. Ni música, le mandó. Yo dejé los apuntes sobre la mesa y, de puro aburrido, me mandé a Blogger. No es un regreso lo que tengo en mente. De hecho, no tengo nada en mente. Además, el Opera tardó tanto en abrirme esta página que el disco de Montand se terminó y empezó el de Vinicius, Toquinho y María Creuza en La Fusa; ahora mismo cantan todos y no puedo evitar dispersarme. Entonces, perdido por perdido (yo), decido que esto no será más que un acto de exhibicionismo, apenas una manera de abrirme en dos y mostrar a quien quiera ver que no muestro nada. Escribo para nadie. Y para nada, por suerte.

volátil (bebop)

reboto por las paredes. soy un gato cool en medio de ráfagas de bebop. coltrane dispara y yo salto, corro, vuelo y, a veces, cuando hago las tres cosas a la vez, me desmaterializo. soy volátil y explosivo, soy inerte y anodino. martillo el techo con la cabeza y, al caer, me hundo en la alfombra, que cede bajo mi peso e intenta tragarme como un remolino. soy todos a la vez y todos somos yo, una hermandad perfectamente individualista. soy el sumo pontífice de mi miseria. coltrane agita la mano (la que tiene libre, en la otra tiene un cigarrillo; el saxo lo lleva colgado) y se va yendo, seguido por philly joe, lee morgan, kenny drew y curtis fuller; chambers, en cambio, se demora. siempre dije que el contrabajo era un instrumento incomodísimo. (y eso que soy baterista.) me saludan y se van. y me quedo solo conmigo. precisamente lo que estaba tratando de evitar.

Juan y el escribidor

Estuve escribiendo canciones. O no, no del todo: sólo hice las letras. Hace ya un tiempo que mi labor como songwriter integral choca con mis numerosísimas limitaciones como instrumentista, por lo que le di lo escrito a mi amigo el Zombienauta para ver si él, con su gran talento, podía lograr lo que yo no. Y, claro, lo hizo. Anoche me cantó por teléfono las dos canciones. Escuchar mis palabras en su voz y envueltas en una melodía que yo jamás hubiera podido desarrollar me hizo verlas de otra manera. Las reconocí, recordé a la mayoría de ellas y pude ver los hilos invisibles de mis construcciones, pero no las sentí mías. Son ajenas. Deben ser de él. No sé. Lo que tengo claro es que la música las revalorizó. Ahí van: 1. Predicador en el desierto El confesor me miró y me dijo así: "Enciende ya tu motor y vámonos de aquí". "Espejismo debes ser, o estatua de sal. En este desierto no hay nada que salvar." Me apuntó con un revólver. Sus ojos tenían fuego. "Arderás ...

Impromptu

En este momento tan especial, el Jardín vuelve a parecerse a lo que fue en sus comienzos: un lugar inhóspito y descuidado; interesante (digo yo), pero abandonado. Le falta ímpetu y nada indica que vaya a levantarse, a desperezarse, a sacudirse. Nada. Una vez más, escribo nada para nadie. El lector se desvaneció. Sin embargo, ella me pincha; habla de mí ante los demás y después me dice que "la intención fue (...) hacerte escribir. Fue una mezcla de provocación y reconocimiento a ese blog tan bonito que tenés. Así que ponete media pila y escribí". Y, aunque sabe que no puedo, que no me sale nada, que perdí la fe, me empuja. Me desafía. Los dos sabemos que los desafíos me importan muy poco, pero yo recuerdo esa nochecita en que hablábamos de Castillo y de Girondo y después, impunemente, de nosotros, y no puedo hacer otra cosa que escribir. Una vez me envió un mail en el que me aseguraba, entre muchas otras cosas que tampoco creo, que yo podría ser el Cortázar de mi generación. ...

El mono

No puedo escribir. No sé qué me pasa, pero no puedo hacerlo; las palabras se me retoban, se rebelan, se retuercen, se rebajan, se retiran. Y me quedo sin nada, apenas las ganas de escribir y el dolor de ya no ser (o una sombra ya pronto seré). Pero leo el genial La bestia debe morir , de Nicholas Blake (en la colección de El Séptimo Círculo, con una traducción deliciosa de J. R. Wilcock), y me encuentro con lo siguiente: Nigel arrojó un cigarrillo por la ventana. –Fue por esto. Si Félix no mató a Rattery, nos vemos frente a una inverosímil coincidencia: en el mismo día en que él planeaba matarlo, y fracasó, alguien más lo planeó, y tuvo éxito. –Una coincidencia inverosímil, como usted reconoce –dijo escépticamente Blount. –No. Espere un poco. No estoy dispuesto aún a considerar imposible tal coincidencia. Si un número suficiente de monos jugaran con máquinas de escribir durante un número suficiente de siglos, acabarían por componer todos los sonetos de Shakespeare: ...

Sobre lo que mi máquina de escribir dice

Siempre, tras publicar un texto, lo releo por enésima vez. Suele suceder que, en el contexto del Jardín , las palabras se me hacen diferentes y tienen otro cuerpo, otro espesor; cambian la cara y la voz. Esta entrada no se justifica demasiado, creo, pero no puedo evitar la tentación de decir algo sobre el post anterior. Las ganas me arrastran y yo –qué más da– me dejo llevar. Grito, entonces: ¡alabada seas, perro ! ¡Me encanta cómo mandás al carajo el ritmo colándote ahí, al borde del punto final!

Mi máquina de escribir dice

Una estatua tonta, fría y fatua, de hinduismo y Mahabharata ; un marajá sin clientes, viejo, sucio y maloliente, de barba como resaca, como excremento de rata; una dama muy altiva; un retrato de una tía que no sé cómo se llama; una llama justiciera devorándolo todo, tragándolo todo, engullendo desesperada, con temor de ya no ser, de perder su poder, de que sea otra la mujer, el mercader, el bereber, el viajante del neceser, el perro. 

Soundtracks

Volvía de darle comida a Kite, cambiarle el agua y estar un rato con él. Caminaba por José María Moreno con mis zapatillas celestes, todos los bolsillos de mi pantallón llenos de cosas que tintineaban y Esteban R. Esteban en mis auriculares. Algo se gestaba en mi interior, mis deseos se inflamaban, grandes cosas esperaban mi regreso a casa. Entonces terminó Esteban, empezó La Casa Azul y todas mis certezas tomaron cuerpo. Al llegar, crearía. Como nunca, como siempre. Estaba en contacto conmigo mismo, con mi mejor yo. En casa estaba An. Ella puso a Paulinho de Viola y perdí todo lo demás. Y fui feliz.