Siete minutos

Tengo estas semillas de ideas naufragando en el bolsillo derecho y, ante la perspectiva de comerlas como si de girasol fueran, elijo plantarlas, aún sabiendo que necesitan más cuidados de los que puedo prodigarles.
La lluvia de ayer humedeció la tierra y ahora ella, receptiva, se abre pidiendo mi mano agricultora. Dispuesto a satisfacerla, tomo una semilla celeste y la entierro. Queda un montoncito leve. Me inclino hasta casi tocar la tierra con los labios y le hablo, le cuento cosas de la selva misionera y de Horacio Quiroga, cosas que, intuyo, pueden entusiasmarla. También le informo las condiciones climáticas y le miento un aguacero que no existe, a ver si en una de ésas.
Pegando la oreja al suelo siento un temblor tímido, un ronroneo, una música subterránea. El delicado sonido del trueno.
Siete exactos minutos después asoma, entre los terrones un penachito celeste, casi blanco. Me nace una sonrisa y lo acaricio apenas, con el dedo índice recorriendo unas nervaduras que laten y se hacen más fuertes bajo mi tacto. Una especie de flor azul se abre y, en un pétalo, se sugieren unas palabras. Sosteniendo mi monóculo, leo: "Tengo estas semillas de ideas..."

Comentarios

gerund dijo…
usted y sus dones agriculteriles... le detesto!
Apollonia dijo…
Sépalo, Juan Solo: el día en que se junten a hablar de su obra yo voy a decir que soy fan de la primera hora.

Maravilloso.
Anónimo dijo…
Gracias, Ironía; gracias, Apollonia. Es reconfortante ver que gente tan condenadamente talentosa como ustedes aprecia los parrafitos que tiro a veces por aquí y allá.

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