Eran dos. El de la derecha se llamaba Aristide y el otro no se llamaba dado que, estando siempre consigo, comprendía la futilidad de tal acto. Su madre, de todos modos, le había puesto Jean-Jacques. Le había depositado el nombre en cuestión en el hombro y así lo llevaba el pobre muchacho, ayudado de tanto en tanto por un pedacito de cinta Scotch o un apósito protector usado. Su vida era muy triste. Los dos se odiaban a muerte, aunque el odio de Aristide era un poco más temible que el de Jean-Jacques y éste vivía aterrado: su odio, verde y ligeramente peludito, apenas sobrepasaba el tamaño del pulgar de su enemigo. El sentimiento mutuo crecía en pos de estas cuestiones de tamaño y medida, y ambos se veían obligados a recomenzar las discusiones todo el tiempo para ajustarse a los parámetros cambiantes. Realmente, odiarse era odioso.
Comentarios
el imperfecto de subjuntivo leyo alguna cosita de Girondo, culpa mía, pero creo que lo que escribio fue más por incociente colectivo que por habere inspirado en G (Girondo, no yo).
Besos para la flia y los gatos.
besitos
Gerund
Mañana imprimiré todo y después, si querés, te detallaré las sensaciones que me dispare la lectura. Ahora te puedo adelantar una, sólo una, que es la que me invade momentáneamente. Se llama gratitud. Gracias por dejarme espiar, sos muy gentil.