Los perros que se van


“Iba a llamarse Pamela, pero terminó siendo Pomelo”, dijo Juli a nuestros padres. Los criadores no pudieron evitar un involuntario rictus de horror ante los argumentos irrefutables de una nena de 11 años que sostenía en brazos a uno de los cachorros más chiquitos de la última camada, hijo, nieto y bisnieto de campeones, con todas las características de un Airedale Terrier legítimo y el nombre en regla de Eliat de Ayar Chehua. De más está decirlo: la nena se salió con la suya y Pomelo llegó a casa. Yo tenía 13 y ese fin de año me iba a Bélgica, por lo que prácticamente nos cruzamos en la puerta, la bolita peluda y yo.
Nos encontramos a mi regreso, yo distinto y él casi irreconocible. No nos importó y corrimos, rodamos en el pasto, nos mordimos, gruñimos y nos pusimos sobrenombres tontos.
Hoy, 13 años después, Pomelo está en una jaula impersonal en un hospital veterinario de Morón. Tiene dos sondas en el cuerpo, hace 24 horas que está internado y sigue con la arritmia cardíaca con la que entró. Está viejito y, si entiende lo que está pasándole, se habrá ya preparado para otro viaje, más largo que los de las vacaciones de mi adolescencia, sin posibilidades de sacar el hocico por la ventanilla ni babear con los belfos los vidrios. O no. A lo mejor, los perros que se van pueden viajar por siempre en auto. O no: a lo mejor no se van nada.

Comentarios

Anónimo dijo…
me ha dejado beautifully speechless
Anónimo dijo…
Estamos contigo, Pomelo.

Yo recordé así, de repente, al Bobby, que debe estar aún enterrado en el backyard de la casa de mi tía, que está también eterrada, pero en Chacarita. Tan viejito era, que ni dientes tenía ya, pobrecito...


S.
Anónimo dijo…
hace unos dias que lei la historia y me quede sorprendida... mi perro es pariente de pomelo, se llama Shibut de Ayar Cheua y si pomelo tuvo el mismo caracter que shibut (alias iron) entiendo la falta que deben sentir...

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