Que les souvenirs m'entraînent et j'aurai des yeux ronds comme le monde. Paul Éluard, «Dans le cylindre des tribulations».
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-¿De qué se alimentan las hormigas voladoras, Ju? -preguntó ella.
-No sé -me escuché decir.
-¿Pero son coloniales? -insistió.
-Creo que sí, pero no sé -insistí.
-Miau.
Ambos miramos a Carola. Ella se lamió una pata.
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Comentarios
Anónimo dijo…
Adónde van los patos en invierno?
S.
Anónimo dijo…
Te respondo con una pregunta: ¿dónde va la gente cuando llueve?
Anónimo dijo…
y la gente solitaria, ¿de dónde viene?
Anónimo dijo…
y la gente solitaria, ¿de dónde viene?
Anónimo dijo…
Respecto a tu pregunta, Gerund, te confieso que no sé. Bebiendo del gran libro del rock nacional, puedo decirte -impostando la voz de Javier Martínez- que "lo importante es a dónde va". Lo siento.
Anónimo dijo…
de dónde viene, a dónde va, es importante, realmente?
si lo único que vale es que van y vienen vienen y van todo eso todo junto y al revés también
Caminaría mejor solo, ¿no lo ves? No, ¡cómo habrías de reparar en eso con "Lightning Strikes the Postman" estupidizándote! Esas guitarras de mierda de los Flaming Lips , pensé antes, cuando estábamos acostados y dos moscas fornicaban sobre tu pie sucio; y lo repito ahora, en el formidable racconto que desarrollo mientras el rocío del pasto nos moja las pantorrillas y vos hablás, hablás estúpida, vana, estéril, inicuamente.
Esto es una farsa, confesémoslo: nadie va a leer lo que escribo si no consigo hacerlo salir a través de mis dedos. Y si tengo que tomarme el trabajo de escuchar lo que pienso, ordenar las palabras mentales y traducirlas a palabras humanas y, luego, sobrellevar el enorme esfuerzo de presionar botones grabados con símbolos convencionales representando letras, ¿de qué manera se vería retribuido todo eso con el paso fugaz de algunos pares de ojos sobre mis renglones? ¡No tiene ningún sentido! Ahora tengo la certeza: seré un vagabundo y mantendré, en silencio, frondosas conversaciones conmigo mismo. Que los demás se vayan a criar malvas.
Eran dos. El de la derecha se llamaba Aristide y el otro no se llamaba dado que, estando siempre consigo, comprendía la futilidad de tal acto. Su madre, de todos modos, le había puesto Jean-Jacques. Le había depositado el nombre en cuestión en el hombro y así lo llevaba el pobre muchacho, ayudado de tanto en tanto por un pedacito de cinta Scotch o un apósito protector usado. Su vida era muy triste. Los dos se odiaban a muerte, aunque el odio de Aristide era un poco más temible que el de Jean-Jacques y éste vivía aterrado: su odio, verde y ligeramente peludito, apenas sobrepasaba el tamaño del pulgar de su enemigo. El sentimiento mutuo crecía en pos de estas cuestiones de tamaño y medida, y ambos se veían obligados a recomenzar las discusiones todo el tiempo para ajustarse a los parámetros cambiantes. Realmente, odiarse era odioso.
Comentarios
S.
Lo siento.
es importante, realmente?
si lo único que vale es que van y vienen
vienen y van
todo eso
todo junto
y al revés también
S.