Un robot

Hoy, mientras esperaba que me recibiera la coordinadora editorial que me había citado al mediodía en ese edificio en pleno centro, y una vez que me hube cansado de mirar el cuadro ante mí y la cartelera con papelería vieja, los rastros de antiguas manchas en la alfombra azul y el modo en que esta se encontraba con el parqué, el potus junto a la ventana y a la recepcionista que, obediente e incómoda, se escondía detrás del monitor chato, empecé a pensar en lo que pasaría si un robot gigantesco llegara por la Avenida Belgrano (procedente del bajo, supongo; tal vez salido del Río de la Plata luego de haber caminado por el fondo oceánico desde quién sabe dónde) y empezara a destruirlo todo —pero mal, como Mechagodzilla en una película japonesa de los setenta—; en ese caso, nuestra ubicación, en un noveno piso, sería privilegiada y, sin dejar de coquetear con la muerte, podríamos contemplar el espectáculo.
Entonces, justo entonces, apareció una mujer enfundada en una llamativa blusa floreada que, mirándome, con unas carpetas en la mano, pronunció mi nombre y se disculpó por la demora. Y no pude decirle —no supe cómo hacerlo— que haberla esperado no me importaba gran cosa, que lo que realmente odié fue que me hubiera interrumpido antes de decidir qué haría yo ante el ataque del robot.

Comentarios

Vontrier dijo…
A veces vuelve!
Qué suerte, Solo. Qué suerte.

Salú.
Subjuntivo dijo…
Después de tanto volvés, y vuelvo, y... ¡me encuentro con esto de poner palabritas, viejo!

Hasta el color cambió, no sé ni cómo era este jardín la última vez que pasé...

De gente como esta está lleno, pero no te preocupes, los robots van a empezar por ellos, y vas a tener tiempo de pensar...

Abrazo,
S.
Juan Solo dijo…
Vontrier, S., ¡nunca me fui! Solo me había escondido.
A ambos, gracias por andar por acá otra vez. ¡Y por dejarme unas palabritas!
Gracias, de verdad.

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