Entradas

Mostrando las entradas de junio, 2008

Juan y el escribidor

Estuve escribiendo canciones. O no, no del todo: sólo hice las letras. Hace ya un tiempo que mi labor como songwriter integral choca con mis numerosísimas limitaciones como instrumentista, por lo que le di lo escrito a mi amigo el Zombienauta para ver si él, con su gran talento, podía lograr lo que yo no. Y, claro, lo hizo. Anoche me cantó por teléfono las dos canciones. Escuchar mis palabras en su voz y envueltas en una melodía que yo jamás hubiera podido desarrollar me hizo verlas de otra manera. Las reconocí, recordé a la mayoría de ellas y pude ver los hilos invisibles de mis construcciones, pero no las sentí mías. Son ajenas. Deben ser de él. No sé. Lo que tengo claro es que la música las revalorizó. Ahí van: 1. Predicador en el desierto El confesor me miró y me dijo así: "Enciende ya tu motor y vámonos de aquí". "Espejismo debes ser, o estatua de sal. En este desierto no hay nada que salvar." Me apuntó con un revólver. Sus ojos tenían fuego. "Arderás ...

Impromptu

En este momento tan especial, el Jardín vuelve a parecerse a lo que fue en sus comienzos: un lugar inhóspito y descuidado; interesante (digo yo), pero abandonado. Le falta ímpetu y nada indica que vaya a levantarse, a desperezarse, a sacudirse. Nada. Una vez más, escribo nada para nadie. El lector se desvaneció. Sin embargo, ella me pincha; habla de mí ante los demás y después me dice que "la intención fue (...) hacerte escribir. Fue una mezcla de provocación y reconocimiento a ese blog tan bonito que tenés. Así que ponete media pila y escribí". Y, aunque sabe que no puedo, que no me sale nada, que perdí la fe, me empuja. Me desafía. Los dos sabemos que los desafíos me importan muy poco, pero yo recuerdo esa nochecita en que hablábamos de Castillo y de Girondo y después, impunemente, de nosotros, y no puedo hacer otra cosa que escribir. Una vez me envió un mail en el que me aseguraba, entre muchas otras cosas que tampoco creo, que yo podría ser el Cortázar de mi generación. ...

El mono

No puedo escribir. No sé qué me pasa, pero no puedo hacerlo; las palabras se me retoban, se rebelan, se retuercen, se rebajan, se retiran. Y me quedo sin nada, apenas las ganas de escribir y el dolor de ya no ser (o una sombra ya pronto seré). Pero leo el genial La bestia debe morir , de Nicholas Blake (en la colección de El Séptimo Círculo, con una traducción deliciosa de J. R. Wilcock), y me encuentro con lo siguiente: Nigel arrojó un cigarrillo por la ventana. –Fue por esto. Si Félix no mató a Rattery, nos vemos frente a una inverosímil coincidencia: en el mismo día en que él planeaba matarlo, y fracasó, alguien más lo planeó, y tuvo éxito. –Una coincidencia inverosímil, como usted reconoce –dijo escépticamente Blount. –No. Espere un poco. No estoy dispuesto aún a considerar imposible tal coincidencia. Si un número suficiente de monos jugaran con máquinas de escribir durante un número suficiente de siglos, acabarían por componer todos los sonetos de Shakespeare: ...