Autorretrato
Ahora debería escribir algo sobre la presentación en Antiguas Lunas, siento que es necesario pero, al mismo tiempo, no tengo ni un poquito de ganas. Visito el Jardín por compromiso y le doy un obligatorio beso sin boca en la mejilla morada a la tía más gorda, esa que me aprieta, me pellizca y me pregunta si quiero más a mi mamá o a mi papá. Y qué sé yo, tía, qué sé yo a quién quiero más (o si quiero a alguien). Dejame jugar tranquilo. Bueno, quiero un pedacito de pastafrola. No, más chiquito.
Y no sé a qué viene esto. Acabo de mirar las estadísticas y sigue llegando gente de todos lados, gente que no conozco, a leer lo que escribo. (Alguien se quedó durante más de dos horas: o recorrió los archivos y se leyó todo o se olvidó de irse.) El show debe continuar, grita una voz engolada desde el costado; no tengo que sacarme el bonete, pero la verdad es que me molesta y, además, acaba de romperse el elastiquito cruzándome la cara como un latigazo.
Lo cierto es que, si bien yo sé que muchos de ustedes -y de noustedes- están, también extraño a otras personas o cosas o sensaciones que no me queda claro si extravié o nunca tuve. Tal vez sea sólo la sensación, el sentimiento de pérdida, de vacío; soy como un muñequito de papel que alguien tiró al agua que corre al lado del cordón y que, ante el desastre climático inminente, empieza a pensar en la próxima boca de tormenta.
Quisiera escribir tantas cosas positivas, notables, maravillosas; me gustaría que al menos alguien viniera todos los días con la certeza de que lo sorprenderé y que no se lleve una decepción, un no tengo ganas, un aplazo. Pero no puedo.
Estimado lector, si es que has llegado hasta aquí: debo advertirte que soy contradictorio y tal vez todo cambie en los próximos 15 minutos, aunque estoy seguro de que entendiste la mitad de lo leído y menos de una quinta parte de lo que quise expresar. Si es que quise expresar algo.
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