Don diabólico

    Andaba por la calle con una cancioncita enredada en la cabeza. No era gran cosa, pero la había escuchado unas horas antes y se había quedado conmigo. Caminaba, entonces, oyéndola de memoria y tocando la batería en el aire.
    Un hombre flaco vestido de gris me detuvo con una mirada extraña. Haciendo la mímica de sacarse unos auriculares, arqueó la boca, como sonriendo, y me preguntó:
    —¿Qué estás escuchando, que te veo tan copado?
    —Nada —dije, mostrándole que no tenía en las orejas ningún auricular—. Solo escuché una canción y estoy pensando en cómo sería tocarla.
    —¿Y cómo la reproducís?
    —La tengo en la cabeza.
    —Pero ¿cómo la escuchás?
    —No la escucho, solo me la acuerdo.
    Pareció asombrarse.
    —A ver, ¿podés mostrarme cómo es? —preguntó.
    —No, pero puedo mostrarte lo que estaba haciendo, cómo la estaba tocando —propuse.
    Él se entusiasmó, me pidió que lo hiciera y se paró a mi izquierda para seguir mis movimientos. Toqué la batería en el aire otra vez, pero lo hice mejor. No solo porque tenía público, sino también porque tocar parado en lugar de hacerlo caminando me permitía usar las piernas para hacer además la mímica de los pedales.
    —Pero no la escucho, ¿podés cantarla?
    —No, solo la sé tocar. Prestá atención —dije mientras intentaba tocar con más precisión.
    —Uh, ¡ya la escucho! ¡Te sale muy bien!
    —Nah, no sé. Hace mucho que no me siento en la batería, nunca toqué esta canción y la verdad es que no sé cómo me sale.
    —Te sale, te sale —bajó la voz, cerró los ojos, pareció concentrarse—. Ya te sale. Todo te va a salir bien de ahora en más.
    —Bueno, gracias.
    —¿Sabés por qué te lo digo? ¿Sabés quién soy yo? —preguntó, seguro, mostrándome un anillo. No lo pude ver bien, pero era negro y tenía escrituras y una cruz plateada. Temí que fuera a soltarme un sermón religioso.
    —No —dije, corto, pensando en irme.
    —Yo te doy el don. Yo te lo doy. Ya te lo di. Pero no viene de Dios... Viene del Diablo. —Me miró y me apretó el brazo—. Así que tené cuidado, porque todo va a salirte bien... pero no sé si está bueno —advirtió. Su voz estaba llena de dudas y su mirada, antes perdida, parecía haber vuelto. Era torva.
    —Tendré cuidado. Gracias.
    —No sé si está bueno, ¿eh? No sé. Cuidate, por favor —dijo, y me abrazó. Luego se separó y, al tiempo que yo comprobaba con disimulo que la billetera y el celular siguieran en su sitio, me tomó el mentón para mirarme la cara—.  Creo que vas a estar bien. Te vas a cuidar. Todo va a salirte bien. Lo sé. —Convencido, se apartó para que siguiera camino—. Todo, todo va a salirte bien —insistió.
    Le agradecí una vez más, le juré que tendría cuidado y me fui.
    Me gustaría creerle. La mirada extraviada, la costra oscura de color morado en el labio inferior y el olor a vino hacen que dude de él, pero no sé. Al fin y al cabo, tal vez no tenga nada que ver con el Diablo.

Comentarios

gerund dijo…
igual medio cualquiera que te encuentres con alguien que te tira un don que viene del diablo y vos te la tomes así como si fuera algo sin importancia, eh.



:)
Juan Solo dijo…
Claro que es medio cualquiera, todo lo es. Lo importante es que andes por acá, guachita.

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