Un robot
Hoy, mientras esperaba que me recibiera la coordinadora editorial que me había citado al mediodía en ese edificio en pleno centro, y una vez que me hube cansado de mirar el cuadro ante mí y la cartelera con papelería vieja, los rastros de antiguas manchas en la alfombra azul y el modo en que esta se encontraba con el parqué, el potus junto a la ventana y a la recepcionista que, obediente e incómoda, se escondía detrás del monitor chato, empecé a pensar en lo que pasaría si un robot gigantesco llegara por la Avenida Belgrano (procedente del bajo, supongo; tal vez salido del Río de la Plata luego de haber caminado por el fondo oceánico desde quién sabe dónde) y empezara a destruirlo todo —pero mal, como Mechagodzilla en una película japonesa de los setenta—; en ese caso, nuestra ubicación, en un noveno piso, sería privilegiada y, sin dejar de coquetear con la muerte, podríamos contemplar el espectáculo. Entonces, justo entonces, apareció una mujer enfundada en una llamativa blusa flore...