Los dos cielos
Al mirar por la ventana notó el cielo rojo. El cielo roto, también. Las dos bóvedas ahí, suspendidas, como atadas con invisible tanza, como cualquier verano. Se preguntó entonces (lo hacía cada tarde) cuál sería el significado de esos dos cielos superpuestos, malamente encimados, tan parecidos y a la vez tan distintos de los que recordaba. O de los que creía recordar, porque había pasado ya tanto tiempo desde el derrumbe que le costaba estar seguro. Y sin embargo, indiferentes a todo, ahí estaban los dos cielos. Estiró la mano y tocó el más cercano. Tomó conciencia de lo que acababa de hacer y se rió de aquella vieja expresión, "como tocar el cielo con las manos". Ya no representaba nada, era apenas una fórmula vacía. Apurando los sorbos de té, ya frío, se distrajo mirando el reflejo de los dos cielos. Impertérritos, seguían ahí. Hasta que se los tomó.