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Mostrando las entradas de mayo, 2007

Hermosas cuencas vacías

Con un cuidadoso movimiento, Adela se despegó la nariz y la apoyó sobre uno de los estantes de la cómoda. Muy contenta, tarareando "Chloé" en la versión de Duke Ellington, hizo girar con los dedos su ojo izquierdo hasta desenroscarlo; repitió la operación con el derecho mientras se sentaba en el tocador y, tanteando, los dejó en su estuche, en el cajón chiquito. "Hermosas cuencas vacías debo tener", pensó, a la vez que se desencastraba la boca. Aunque no pudo verlo, dejó un reguero de saliva sobre el espejo: tenía que parar de cantar al sacarse la boca. Las orejas salieron con el pelo, en un único movimiento, para ir a posarse sobre la cabeza de telgopor que, bajo el espejo, dominaba la habitación. Así, desrasgada, Adela se fue a dormir. Esa fue la noche en que el ratón gris se comió todo.

Exorcizar al demonio marxista

Aunque no estoy cursando ninguna materia durante este cuatrimestre (y no sé si volveré a hacerlo alguna vez), supe ser un pésimo estudiante de Letras y de Edición en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Por sus pintorescos pasillos atestados de gente, consignas revolucionarias, caras barbudas de Ches Guevaras y humo de marihuana, otro Juan (o yo mismo) paseó sus sueños de estudiar algo, aprobar parciales y finales y demostrar(se) su capacidad para, finalmente, ser un hombre de letras. Hasta aquí, la introducción necesaria para comprender el párrafo siguiente. No leo la revista Viva . Me parece apestosa. Sin embargo hoy, en una entrevista a Filmus, dieron visos de realidad a lo que yo creía un mito urbano, uno de los tantos que envuelven a mi facultad: "Corría 1974 y Perón volvió a sentar en el Ministerio de Educación a Oscar Ivanissevich, un cirujano de origen croata que rondaba los 80. Furibundo ultraderechista, Ivanissevich envió como interventor ...

Formas de sobrevivir

Uno de mis últimos textos publicados acá se llamó "Por favor, perdónenme". Lo escribí en la redacción del diario, tras 12 horas de trabajo, con cigarrillos y café y letras como una forma de sobrevivir. La realidad (llamémosla " mi realidad") es muy distinta hoy. Se acabaron mis horas en el diario, casi al mismo tiempo que di fin a mis días de empleado administrativo en la fábrica. Apenas me quedó la música como divertimento y las letras, claro, para mantenerme a flote. Aún así, no escribí más. Por eso la alusión del principio: llego acá pidiendo perdón. Lo que entonces fue incongruencia, hoy es la más rabiosa inconstancia. Y ni ustedes ni yo merecemos eso. Pero cuando tomé la decisión –o ella me tomó a mí– de quemar las naves en pos de esto, persiguiendo el sueño de escribir, dejando un trabajo estable y seguro y unos días de repeticiones monótonas y tibias, no me di cuenta de lo que había detrás. Dejé de ser quien era, quien siempre fui, para intentar ser quien qu...