8.2.06

Con las mujeres no hay manera

Faltan 18 minutos para las once de la noche. Hace mucho calor, todo el que cabría esperar un 7 de enero. Jugar con esta Remington es tan insano como no hacer nada; es sólo otra manera de evitar el suicidio. O de justificarlo.
Luego: 22.46. La hora indicada para comenzar con las deshoras. Si se puede, claro. Si los vecinos no están dando otra fiesta, si esta noche providencial deciden dormir, si se fueron de vacaciones a Posadas, Chapadmalal o Helsinki. Lo mismo da mientras no se manifiesten (de "many fiestas"). Y, como no los escucho, no existen. Cogito, ergo sum. Me siento casi afortunado. Bendita sea la madre que dejaron en Misiones para venir a estudiar medicina en Buenos Aires, santa mujer que les reclama que la visiten en el verano, les cocina en la casa familiar y los arropa mientras la rubita suelta culebras por lo bajo y el muchacho coge una de esas borracheras totales, de pueblo selvático, de primera adolescencia, amigos y mujeres que trabajan con el cuerpo.
Yo escribo. Soy un cobarde. Las once y un minuto y todo por resolver. Andrea estudia en la cocina y protesta porque no logra dibujar no sé qué cosa. "Encima en papel cuadriculado", dice. Yo me pregunto por qué.
No todo es tan relativo, es que a veces cuesta decidir, es que no veo nada y escucho mal, es que mi nombre es tan universal (Juan, Jean, John, Ivan, Ian, Jan) que no me pertenece. O, al menos, no más que a todos los demás, mis queridos copropietarios.
-¿No habría que pegar una barrida? -pregunta Andrea desde la cocina.
-Sí -digo yo-, habría que. -Y voy.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

es casi inevitable robarle los geniales y sugerentes títulos a Vian, no?

por suerte, dentro de su cinismo, Vain es amigo de todos, y se debe relamer de placer con estos pequeños tributos

Anónimo dijo...

Es curioso, Gerund, pero no fue un robo ni un tributo. Lo cierto es que mis dedos tipeaban lo que fuera; el libro descansaba al lado de la máquina, en la mesa, y escribí su nombre. Sólo eso. Dejé luego dos espacios y me largué a la redacción de todo lo demás; finalmente me olvidé.
Cuando vi la posibilidad de publicar esto noté que no tenía título pero, justo arriba, flotaba ese de Vian. Y se comprendían.
Y así fue.