27.2.06

Semblanza del odio entre Aristide y Jean-Jacques

Eran dos. El de la derecha se llamaba Aristide y el otro no se llamaba dado que, estando siempre consigo, comprendía la futilidad de tal acto. Su madre, de todos modos, le había puesto Jean-Jacques. Le había depositado el nombre en cuestión en el hombro y así lo llevaba el pobre muchacho, ayudado de tanto en tanto por un pedacito de cinta Scotch o un apósito protector usado. Su vida era muy triste.
Los dos se odiaban a muerte, aunque el odio de Aristide era un poco más temible que el de Jean-Jacques y éste vivía aterrado: su odio, verde y ligeramente peludito, apenas sobrepasaba el tamaño del pulgar de su enemigo.
El sentimiento mutuo crecía en pos de estas cuestiones de tamaño y medida, y ambos se veían obligados a recomenzar las discusiones todo el tiempo para ajustarse a los parámetros cambiantes. Realmente, odiarse era odioso.

Arlistán, aleja de mí ese cáliz

No me habléis de néctar de los dioses, lleváos esa ambrosía. Esta mañana, tras tragar café soluble en agua de bidón durante diez días con sus noches, tomé un delicioso Franja Azul de Bonafide. He despertado.

19.2.06

Costa del Este

Michael Stipe canta At My Most Beautiful al lado mío, yo leo a Gérard de Nerval mientras la ducha recorre a An.
Juli y Leo juegan afuera, las luces de la galería recién encendidas y un aguacil deslumbrado.
El sol que guardo bajo la piel conserva nuestros calores y, excepto esto, no hay nada más que quiera escribir.

9.2.06

La Cucaracha soñadora

Era una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha.
Augusto Monterroso, La Oveja negra y demás fábulas, México, 1969

8.2.06

Con las mujeres no hay manera

Faltan 18 minutos para las once de la noche. Hace mucho calor, todo el que cabría esperar un 7 de enero. Jugar con esta Remington es tan insano como no hacer nada; es sólo otra manera de evitar el suicidio. O de justificarlo.
Luego: 22.46. La hora indicada para comenzar con las deshoras. Si se puede, claro. Si los vecinos no están dando otra fiesta, si esta noche providencial deciden dormir, si se fueron de vacaciones a Posadas, Chapadmalal o Helsinki. Lo mismo da mientras no se manifiesten (de "many fiestas"). Y, como no los escucho, no existen. Cogito, ergo sum. Me siento casi afortunado. Bendita sea la madre que dejaron en Misiones para venir a estudiar medicina en Buenos Aires, santa mujer que les reclama que la visiten en el verano, les cocina en la casa familiar y los arropa mientras la rubita suelta culebras por lo bajo y el muchacho coge una de esas borracheras totales, de pueblo selvático, de primera adolescencia, amigos y mujeres que trabajan con el cuerpo.
Yo escribo. Soy un cobarde. Las once y un minuto y todo por resolver. Andrea estudia en la cocina y protesta porque no logra dibujar no sé qué cosa. "Encima en papel cuadriculado", dice. Yo me pregunto por qué.
No todo es tan relativo, es que a veces cuesta decidir, es que no veo nada y escucho mal, es que mi nombre es tan universal (Juan, Jean, John, Ivan, Ian, Jan) que no me pertenece. O, al menos, no más que a todos los demás, mis queridos copropietarios.
-¿No habría que pegar una barrida? -pregunta Andrea desde la cocina.
-Sí -digo yo-, habría que. -Y voy.

7.2.06

De qué

-¿De qué se alimentan las hormigas voladoras, Ju? -preguntó ella.
-No sé -me escuché decir.
-¿Pero son coloniales? -insistió.
-Creo que sí, pero no sé -insistí.
-Miau.
Ambos miramos a Carola. Ella se lamió una pata.

6.2.06

Hallazgo

Andrea encontró el sábado una hojita acribillada por la Remington. El culpable, presumiblemente, soy yo y se trata del primer encuentro entre mis dedos y las teclas de mi nueva vieja máquina de escribir.
Yo no recordaba nada pero asistí, sentado en el futón, a la lectura de dicho papel. En la voz de ella, esos juegos tipográficos sonaban bien. Y los quise publicar.
Acá va el primero. Recibió, como los demás, su título fortuito gracias a la primera frase que flotaba arriba del párrafo. También como los otros, es ahora de Andrea.

Free Image Hosting at ImageShack.us

JUAN ES INVISIBLE
la tinta de esta vieja Remington Standard made at Ilion, New York, U.S.A. está un poco -bastante- seca, especialmente en las mayúsculas. No sé bien qué relación pueda haber entre una cosa y la otra, pero así es, my brother. Soul brother. Pavement brother. Brotha. Bro. Bromelia.

4.2.06

El caos

Al ser preguntado sobre qué es lo primero que haría si fuera gobierno, Kung-Fu-Tsé, vulgo Confucio, respondió: Corregir el lenguaje, porque si el lenguaje no es correcto lo que se dice no es lo que significa; si lo que se dice no es lo que significa, lo que debe ser hecho queda sin hacer; si lo que debe ser hecho queda sin hacer, la moral se deteriora; si la moral se deteriora, la justicia andará extraviada; si la justicia anda extraviada la gente quedará en una tremenda confusión. Y eso es el caos.

1.2.06

Mis alerones de pterodáctilo

Acabo de terminar de leer El que tiene sed y aún me laten los párpados. Es el temblor que nació en la página 236 lo que me obliga a transcribir para ustedes (y para mí, por el inmenso placer de dejar escapar estas palabras por las yemas de los dedos) el siguiente párrafo. En él Abelardo Castillo habla, usando la voz del escritor alcohólico Esteban Espósito -su alter ego-, de él y de mí y me hace sentir un poco miserable pero, definitivamente, entero.

"Y no son mis palabras, sino el tono: no es lo que estoy diciendo, sino lo que no puedo decir, lo que hace que el Viejo me mire como me está mirando. Estoy triste. Y estoy triste porque me voy. No puede ser, no puede estar sucediéndome semejante cosa. No soy un chico, soy un hombre maduro. Un maduro dipsómano, como había dicho el doctor Miguel el primer día. Y no he venido a aprender nada, a buscar ningún esplendor. El esplendor lo tengo en la bragueta, bajo la especie de un frío grabador con una lucecita colorada, tengo los genitales intactos detrás del grabador, no soy ningún chico desamparado en un umbral, no llego sigiloso a lugares donde está escrito: LOS QUE ENTRÁIS DEJAD NIÑOS Y PERROS, salgo, salgo de ésta como salí y saldré de todas, soy un helado cínico que graba al pobre don Jacobo, a mí, a la realidad entera, con sus enteras pelotas, con un hígado sospechoso y ambiguo, con unos riñones de hombreador de bolsas reactivados como para cargarme a todo el puterío de allá afuera en todas las posiciones del Kama Sutra, el Kama Gita y el Ananga Ranga, voy a cumplir treinta y nueve años, hace treinta que no lloro, soy dueño y señor de diecisiete mil millones deardientes células nerviosas a prueba de toda la serie de los metílicos, de la dulce Beatriz, de maniguas y pantanos, de Graciela Oribe, de mariposas negras y aguavivas, de Mara, de Cecilia, no tengo pie plano ni ladillas ni ano contra natura, estoy cruzado de cicatrices como un mapa, me falta un buen pedazo de ceja y parte de mi nariz abona los yuyos de una zanja pero, aparte de que quién me quita lo bailado y lo que me pienso bailar, siento crecer unos alerones de pterodáctilo bajo la camiseta, de ave roc, de fénix; tengo un cuaderno Leviatán de hojas cuadriculadas escrito hasta el final, con una carátula que dice Crónica de un iniciado, y otro a medio terminar, y tres carpetas, y una alegría de criminal nato mientras comete un crimen, por qué voy a estar triste (brrummm bom borombon crasch buum, hizo el trueno) si esto que se derrumba y seguramente también está siendo grabado por el sensible transistor de mi bragueta no soy yo, es el mundo, este manicomio, es esta horrible manera de creer que se vive y creer que se es feliz y creer que se ama a la que llamamos humanidad, el hombre, y es un ensayo a ciegas, un borrador, el delirio de un borracho, o quizá una enfermedad de la naturaleza, un escorbuto, una pestilencia que ensució la creación desde una estrella envenenada pero que un día de éstos, con la ayuda de mi bragueta o la de otro, de mi Leviatán y mis alerones o los de otro, será raída de la cara de la Tierra, qué es lo nuestro entonces, don Jacobo, si yo no tengo más que lo mío y me cabe bajo la piel y en un bolso de tela de avión, me cago en Dios Padre, qué es lo nuestro."

Abelardo Castillo, El que tiene sed, Libro II: Sic Transit, "El último día", Buenos Aires, 1985