Eran las cuatro de la tarde en Morón.
La mujer, algo entrada en carnes, llevaba desvergonzadamente una remera con la S dorada de Superman. En su mano derecha se movía una bolsa de hipermercado, agujereada.
Levanté la vista del libro de Saer justo para cruzarme con el busto superheroico, primero, y después con su mirada. Ella me clavó los ojos y esbozó una sonrisa, para luego preguntarme:
-¿No querés un conejito?
El contenido de la bolsa se movió frenéticamente y pataleó para subrayar esas palabras.
4 comentarios:
Aaaghhhhhh.........
Te odio carajo...
S.
Eh, Imperfecto, pará, que si no le acepté un conejito es porque no sé dónde ponerlo (y porque Matías y Carola jugarían con él sin preocuparse por esconder las garras).
a vos te parece que el odio de Imperect es por lo del conejito. o porque escribís bien y mucho mientras él (nos) está tan cansado por las fiestas y el fin de año que ni se sienta a garabatear (o quizá sí, pero a escondidas, sin que yo me entere...)
muy bonito, el conejito.
No, el "enojo" es porque llevaba a conejitus en esas condiciones, y lo regalaba, y era todo como muy grotesco y desagradable, y me dio ganas de vomitar.
No escribo mucho, es cierto.
Otros ya lo hicieron, y mejor. Ahora yo los leo.
S.
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