Una novela abandonada. Día 2
Fioro, Sergio y
vos se habían conocido y encontrado de casualidad, en una de esas casualidades
que podían darse si habías sido adolescente durante los noventa y el 2000 te
encontraba con veinte años.
Vos habías estado
tocando con Andrés, pero no lograban construir nada. Astral, la banda pop —o de
rock alternativo, como se llamaba eso en aquellos años— que una vez habían
armado, se había desintegrado naturalmente (bueno, no tanto: Andrés había echado
a Guido y nunca había simpatizado con Eva, pero en ese momento parecía natural
que la banda volviera a fojas cero tras haber grabado un hermoso demo y haber
sorteado dos presentaciones públicas más o menos… Sin la cantante y sin el
bajista no se podía). Y, aunque ustedes dos se creían mucho, ambos cantaban,
Andrés era capaz de tocar muy bien el bajo y competentemente la guitarra y el
teclado, y vos tocabas la batería con mucha fe y componías con ilusión, no iban
a ningún lado. Se habían juntado un par de veces a tocar en tu casa y se
mostraban temas, pero no pasaban de ahí.
También habías
tocado la batería en Prima Volta, esa banda de chicos del barrio en la que
nunca habías confiado demasiado y que, a cambio, te había dado grandes
momentos. Te habías unido medio porque sí, porque ensayaban y vivían cerca; en
un momento habías creído, y después el blues y el rocanrol más cuadrado te
cansaron. Al principio, te gustaba creer que lo llevabas en los genes, que sólo
por ser de Ituzaingó te atraía, que en el Oeste las cosas eran así… pero
después quisiste hacer otra cosa, otras músicas, algo más rico. Y eso que el
grupo era bueno, ¿eh? Lucas era el mejor armoniquista que habías escuchado y,
además, era un bajista y compositor muy sólido; Nico y Diego, los guitarristas,
no se destacaban pero cumplían, y Juli, la cantante, tu hermana, era algo
grande. Cristian medio que sobraba, pero bueno, era amigo de los chicos,
cantaba bastante bien y, cuando te fuiste, cubrió tu puesto en la batería.
Redondo.
Habías querido armar
algo con Ana, tu novia de aquellos años, pero no había prosperado. No sólo
porque la relación se terminó y la dejaste y te dejó y se dejaron, sino porque
ella era demasiado grossa para vos, musicalmente hablando, y sólo el amor podía
hacer que un baterista voluntarioso pero limitado y carente de toda técnica tocara
con esa enferma que se había internado en un conservatorio a los nueve años y
que, diez años después, era una eximia flautista y una pianista, guitarrista,
cantante, etcétera, muchísimo mejor que vos. El nombre que se habían buscado,
Petite et L’Esprit, era lindo; lo mismo las tres o cuatro canciones que
llegaron a armar… Pero eso no podía andar, tendrías que haberte dado cuenta. Y,
cuando no hubo amor, no hubo nada.
Entonces, cuando
Marty te contó que un pibe que trabajaba con él en la disquería estaba buscando
baterista y él le había hablado de vos, vos estabas libre y te encendiste de
inmediato. Ni siquiera te importó que el proyecto de Fioro, este compañero de
Marty en Tower Records, fuera de música surf, un estilo que no conocías. Amabas
los sonidos de los sesenta, te gustaban mucho Jan & Dean y los Beach Boys
(todo lo surf que conocías) y tenías tiempo y ganas. Le dijiste que sí sin
dudarlo.
El domingo
siguiente, en el Parque Rivadavia, Marty te entregó dos casetes compilados por
él que le habías pedido: uno de ? & the Mysterians y otro de Small Faces.
Había uno, un tercero, que te mandaba Fioro. Estaba rotulado: “Los Vengadores – Spy surf”.
Lo escuchaste
durante toda la semana. Con una remera gastada de Fun People y unas bermudas
barnizabas el techo de la casa de tu abuela y los temas instrumentales que
brotaban del grabador se encaramaban con vos en la escalera. No conocías
ninguno (excepto por el tema de la vieja serie de Batman compuesto por Neal
Hefti), pero se te pegaron. Eran simples, directos, enérgicos, y los
aprendiste.
Llamaste a Fioro
el jueves. Estabas decidido:
—Buenas noches. Me
gustaría hablar con Alberto, por favor. —Fioro era el apodo de Alberto, vale
aclarar.
—¿El grande o el
chico? —preguntó la señora.
—El chico, creo…
—arriesgaste.
—Cómo no, un
momento.
—Hola —dijo otra
voz, la de Fioro.
—Hola, ¿Fioro?
Cómo estás, soy Juan, el baterista amigo de Marty… Che, estuve escuchando el
casete. Está muy bueno. Contá conmigo.
Fioro se puso
recontento. Vos no lo sabías entonces, pero hacía tiempo que Los Vengadores
eran sólo Sergio y él en busca de un baterista. Un amigo les había dado una
mano para grabar los temas del casete, pero antes y después sólo habían tenido
experiencias negativas con bateristas que no funcionaban. Nadie lo sabía aún,
pero vos eras el indicado.
Arreglaron un
ensayo para ese sábado en una sala de la calle Gallo. Al mediodía,
incomodísimo. Vos ibas a hacer el viaje en tren desde Ituzaingó y no te
importaba nada.
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