28.4.08

Sobre lo que mi máquina de escribir dice

Siempre, tras publicar un texto, lo releo por enésima vez. Suele suceder que, en el contexto del Jardín, las palabras se me hacen diferentes y tienen otro cuerpo, otro espesor; cambian la cara y la voz.
Esta entrada no se justifica demasiado, creo, pero no puedo evitar la tentación de decir algo sobre el post anterior. Las ganas me arrastran y yo –qué más da– me dejo llevar. Grito, entonces: ¡alabada seas, perro! ¡Me encanta cómo mandás al carajo el ritmo colándote ahí, al borde del punto final!

Mi máquina de escribir dice

Una estatua tonta, fría y fatua, de hinduismo y Mahabharata; un marajá sin clientes, viejo, sucio y maloliente, de barba como resaca, como excremento de rata; una dama muy altiva; un retrato de una tía que no sé cómo se llama; una llama justiciera devorándolo todo, tragándolo todo, engullendo desesperada, con temor de ya no ser, de perder su poder, de que sea otra la mujer, el mercader, el bereber, el viajante del neceser, el perro.